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Modernismo catalán

Templo Expiatorio de la Sagrada Familia (1882-en construcción), de Antoni Gaudí, Barcelona
Interior del Palacio de la Música Catalana (1905-1908), de Lluís Domènech i Montaner, Barcelona
Plein Air (1890), de Ramón Casas, Museo Nacional de Arte de Cataluña, Barcelona
Desconsuelo (1903), de Josep Llimona, parque de la Ciudadela, Barcelona (copia del original, que fue trasladado en 1984 al Museo Nacional de Arte de Cataluña para su conservación)
Colgante de oro y plata con esmalte y piedras preciosas, de Lluís Masriera

El modernismo catalán fue un movimiento cultural que se dio en Cataluña entre finales del siglo XIX y principios del xx, que se plasmó tanto en el arte (arquitectura, pintura, escultura y otras disciplinas artísticas) como en la literatura, la música y diversas manifestaciones culturales. Fue la culminación de un proceso de renacimiento cultural —la Renaixença— que supuso tanto la revalorización de la lengua catalana como un período de esplendor en todos los campos de la cultura —uno de los pocos en los que fue equiparable a cualquiera de los principales focos artísticos del momento en el continente europeo—[1]​ acompañado por un período de bienestar económico patrocinado por el auge de la burguesía catalana y su gran desarrollo industrial, comercial y financiero.

Este movimiento no tiene una datación cronológica exacta, aunque se suele situar su punto de partida en la Exposición Universal de Barcelona de 1888 y su final en la Semana Trágica de 1909. Sin embargo, diversos autores sitúan tanto el inicio como el final unos años arriba o abajo, en función de diversos acontecimientos históricos, artísticos o culturales. En cuanto a su ámbito geográfico, el principal referente es Cataluña, aunque existen obras del modernismo catalán fuera del Principado, especialmente en lo concerniente a la arquitectura, ya que varios arquitectos catalanes trabajaron también en el resto de España e incluso en el extranjero.

El modernismo fue un movimiento de corte internacional que se desarrolló por toda Europa, con diferencias regionales según cada país, hecho que se denota en las diversas denominaciones que recibió: Art Nouveau en Francia, Modern Style en Reino Unido, Jugendstil en Alemania, Sezession en Austria o Liberty en Italia. Sin embargo, así como en esos países fue un movimiento predominantemente artístico, en Cataluña se dio en todos los terrenos de la cultura, hecho que, añadido al peculiar sello estilístico que se desarrolló en esta región, han permitido poder hablar de un modernismo «catalán» plenamente autónomo, diferenciado de los otros modernismos europeos. Por otro lado, en el resto de España, el modernismo tuvo escasa implantación, con exponentes regionales igualmente circunscritos a su ámbito territorial y no relacionados con el modernismo catalán, lo que lo convierte en un movimiento singular y diferenciado.

Más que un estilo o una tendencia, el modernismo catalán fue un movimiento cultural que pretendía modernizar y regenerar la cultura catalana. Fue un movimiento innovador y original, que pretendía a través del arte —expresado en todas sus facetas— construir una cultura moderna y de signo nacional, al tiempo que ligada a las nuevas corrientes europeas. Este movimiento concebía el arte como un fenómeno universal y defendía la interdependencia de todas las artes. El modernismo conectó con el renacimiento cultural iniciado por la Renaixença, pero con el afán de modernizarlo, de integrar la cultura catalana en la vanguardia europea. Inspirado en corrientes como el Arts and Crafts, propugnaba la integración de todas las artes, desde la arquitectura y las artes plásticas hasta el diseño gráfico y las artes aplicadas e industriales, así como interiorismo y diseño.

El modernismo destacó especialmente en arquitectura, con una serie de nombres que se han convertido en referentes de relevancia mundial, especialmente Antoni Gaudí, Lluís Domènech i Montaner y Josep Puig i Cadafalch. La arquitectura modernista fue heredera en buena medida de las corrientes anteriores, el historicismo y el eclecticismo, con las que convivió un tiempo. Su punto de partida puede situarse en la Exposición Universal de 1888, aunque existen diversos antecedentes que suelen calificarse de «premodernismo», mientras que su final se encuentra en los años 1920, aunque por entonces se encontraba ya en decadencia, sobre todo desde la irrupción del novecentismo la década anterior. El modernismo no aportó de hecho nada nuevo al acerbo estructural de la técnica constructiva y se manifestó sobre todo en el campo de la ornamentación, con un estilo decorativo de raíces románticas que aglutinó diversas influencias de estilos anteriores, especialmente de la arquitectura gótica y oriental. Quizás las principales novedades fueron las introducidas por Gaudí, quien desarrolló un estilo orgánico inspirado en la naturaleza, con base en la geometría reglada.

La pintura modernista se desarrolló en conexión con las principales corrientes vigentes en Europa, especialmente el impresionismo y el simbolismo. Sus introductores fueron Ramón Casas y Santiago Rusiñol, los dos con breves estancias en París, donde pudieron ponerse al corriente de las principales novedades de entonces. Tras una primera generación de pintores, una serie de artistas jóvenes formaron una segunda generación, calificada generalmente de «posmodernismo»[nota 1]​ en la que se encuentran nombres como Joaquín Mir, Isidro Nonell, Hermenegildo Anglada Camarasa y Francisco Gimeno, así como es de remarcar la presencia de un joven Pablo Picasso, que se adentró en el ambiente modernista barcelonés alrededor del año 1900, hecho que supondría un cambio en su trayectoria y su adscripción al arte de vanguardia.

La escultura fue heredera del Romanticismo, si bien con posterioridad recibió la influencia del simbolismo francés, especialmente de la obra de Auguste Rodin. Destacan los nombres de Josep Llimona, Eusebi Arnau, Miguel Blay y Enric Clarasó, que fueron precedidos por una generación premodernista y sucedidos igualmente por otra posmodernista. Además de la escultura exenta tuvo gran relevancia la escultura aplicada a la arquitectura, dado el carácter ornamental de la arquitectura modernista; también cobró un gran auge la escultura funeraria y conmemorativa.

El modernismo destacó igualmente en el campo del diseño, las artes gráficas y las decorativas, generando un gran número de obras de calidad en terrenos como el cartelismo, la impresión, la orfebrería, la cerámica, la carpintería y ebanistería, la forja, la vidriería, el mosaico y otros. El modernismo pretendía aglutinar todas las artes y oficios en una unidad que lo englobase todo, por lo que trataba con igual esmero cualquier obra artística, desde la más pequeña y modesta hasta la más grande. Por otro lado, dado el carácter ornamental de este estilo, las artes decorativas tuvieron un gran auge y recibieron la misma valoración que las artes mayores.

La literatura también vivió una época de gran esplendor, marcada por un afán de modernizar y regenerar la cultura y el lenguaje, desligándose de la generación anterior —de signo naturalista— en busca de nuevas formas de expresión. Como en el resto de las artes, se recibió la influencia europea, especialmente del simbolismo y el parnasianismo, así como el drama realista de Ibsen y, en el terreno de la filosofía, la obra de Nietzsche. Los principales autores fueron Víctor Català, Prudenci Bertrana y Joaquim Ruyra en narrativa; Joan Maragall en poesía; y Santiago Rusiñol, Ignasi Iglesias y Adrián Gual en teatro.

La música fue heredera del Romanticismo, así como de las nuevas corrientes surgidas en la segunda mitad del siglo XIX en torno al nacionalismo musical. Una de las figuras más influyentes fue Richard Wagner, cuya obra fue muy apreciada en Cataluña, como denota la fundación en 1901 de la Asociación Wagneriana de Barcelona; igualmente, fue muy apreciada la ópera italiana. Los compositores más destacados fueron Felipe Pedrell, Isaac Albéniz, Enrique Granados, Enric Morera, Amadeo Vives y Lluís Millet. El modernismo estuvo también presente en los géneros de la ópera, la zarzuela y la danza.

Por último, cabe citar que el modernismo se manifestó también en la fotografía y el cine, si bien en menor medida y más como un período dentro de la sucesión histórica de estas artes en Cataluña que no como un estilo definido.

Un cierto idealismo en el arte, un cierto refinamiento en las industrias artísticas, e incluso un vago y delicado sentimentalismo social, la huella del cual quedará imborrable y fecunda en la evolución del espíritu humano. Todo eso es lo que se ha llamado Modernismo.[4]

Origen

Contexto histórico

Barcelona a vista de pájaro (1857), de Onofre Alsamora

El siglo XIX tuvo un comienzo convulso en el conjunto de España, debido a la Guerra de la Independencia con Francia derivada de la invasión napoleónica. En 1812 se promulgó la primera Constitución española,[5]​ que supuso la modernización de las estructuras del Estado, pero las expectativas pronto se vieron frustradas con la reinstauración del absolutismo por parte de Fernando VII. Así, el siglo estuvo polarizado por la pugna entre partidos conservadores y liberales, a lo que se añadió el surgimiento del carlismo debido a la disputa sucesoria entre la hija de Fernando VII (Isabel II) y el hermano de este, Carlos María Isidro.[6]

En 1868 una revolución —apodada la Gloriosa— dio comienzo al llamado Sexenio Democrático (1868-1874), que supuso el exilio de Isabel II y el breve reinado de Amadeo de Saboya, hasta la proclamación de la Primera República, también de efímera duración, ya que un golpe de Estado en 1874 abrió el camino de la restauración monárquica, en la persona de Alfonso XII,[7]​ un período de estabilidad política gracias a la alternancia de conservadores —liderados por Cánovas del Castillo— y liberales —dirigidos por Sagasta—.[8]

Proclamación de la Primera República en la plaza de San Jaime de Barcelona (1873)

El fin de siglo fue una época turbulenta y de gran agitación social: surgió el catalanismo como movimiento de descontento con la política centralista desarrollada en Madrid, que se plasmó en la celebración en 1880 del Primer Congreso Catalanista, la entrega en 1885 al rey Alfonso XII del Memorial de agravios y la fundación de partidos como la Lliga de Catalunya, la Unión Catalanista y la Liga Regionalista.[9]​ También aumentó la conflictividad social derivada de la pugna entre empresarios y sindicatos. Entre finales del siglo XIX y principios del xx se sucedieron las revueltas y proliferó la realización de atentados con bomba, como el realizado en 1893 contra el general Martínez Campos, el del Teatro del Liceo el mismo año o el de la procesión de Corpus en 1896, que causó una dura represión —los conocidos como procesos de Montjuic—.[10]

En el terreno económico, la Revolución Industrial tuvo una rápida implantación en Cataluña, siendo pionera en el territorio nacional en la implantación de los procedimientos fabriles iniciados en Gran Bretaña en el siglo XVIII. En 1800 había en Barcelona ciento cincuenta fábricas del ramo textil, cuya industria tuvo un continuo crecimiento hasta la crisis de 1861, motivada por la escasez de algodón debida a la guerra de Secesión estadounidense.[11]​ También fue cobrando importancia la industria metalúrgica, potenciada por la creación del ferrocarril y la navegación a vapor.[12]​ La proliferación de nuevas industrias comportó un auge del sector financiero, auspiciado también por la llegada de fortunas forjadas en las colonias —principalmente Cuba—, las de los llamados indianos.[13]​ Entre 1876 y 1886 se vivió la llamada Fiebre de Oro, una etapa de bonanza económica surgida en un clima de especulación financiera a través de las sociedades de crédito.[14]​ En 1886 se fundó la Cámara de Comercio de Barcelona, que fomentaba los intereses de los empresarios e industriales catalanes.[15]

Barcelona durante la Semana Trágica (1909)

Con el cambio de siglo se abrió un nuevo escenario político marcado por la pérdida de las colonias en América y Asia y el auge de la Liga Regionalista, dirigida por políticos como Francisco Cambó, Enric Prat de la Riba y el arquitecto Josep Puig i Cadafalch.[16]​ La nueva centuria se inició en el mismo ambiente de confrontación social que había caracterizado la sociedad catalana los años anteriores.[17]​ En 1909 se produjo la Semana Trágica, debida a las sucesivas derrotas del ejército español en Marruecos, que obligaron al gobierno a reclutar nuevas levas para enviar al frente, las cuales se nutrieron sobre todo de gente humilde, pues las clases favorecidas podían comprar la dispensa por una módica cantidad de dinero. Este hecho provocó un levantamiento popular en Barcelona, que canalizó la ira y frustración de la clase obrera por su situación marginal. La revuelta fue sofocada por el ejército, con un saldo de dos mil quinientos detenidos, que fueron juzgados militarmente.[18]

A nivel social, cabe destacar que en el período en que se desarrolló el modernismo surgieron numerosas asociaciones, empresas y entidades de relevancia para la sociedad catalana, como el Centro Excursionista de Cataluña (1891), el Orfeón Catalán (1891), el Fútbol Club Barcelona (1899) y la Caja de Pensiones para la Vejez y de Ahorros de Cataluña y Baleares («la Caixa», 1904).[19]

Renacimiento cultural

Juegos Florales

La prosperidad económica y la pujanza social de Cataluña en el siglo XIX favorecieron un resurgimiento de la cultura catalana, la llamada Renaixença («Renacimiento»). Este movimiento cultural se desarrolló aproximadamente entre 1830 y 1880, y tuvo como punto de partida la Oda a la Patria de Buenaventura Carlos Aribau (1833), un poema escrito en catalán que prestigió nuevamente este idioma para la literatura culta.[20]​ Debido a la influencia del Romanticismo, se revalorizó la lengua catalana como vehículo de expresión propio, lo que conllevó un nuevo sentimiento de conciencia nacional y de especificidad de la cultura catalana. La literatura fue incentivada con la creación de los Juegos Florales, un concurso de poesía promovido por el Ayuntamiento de Barcelona que se empezó a celebrar en 1859. También difundieron el movimiento nuevas publicaciones como Calendari Català, Lo Gay Saber y La Renaixensa. Autores como Aribau, Joaquim Rubió y Ors, Víctor Balaguer, Manuel Milá y Antonio de Bofarull sentaron las bases del resurgimiento literario catalán.[21][nota 2]

También aumentó la edición y difusión periodística, con diarios en catalán (Lo verdader catalá, 1843; Diari Català, 1879; La Veu de Catalunya, 1899) y castellano (El Telégrafo, 1858; El Correo Catalán, 1876; La Publicidad, 1878; El Diluvio, 1879; La Vanguardia, 1881; El Noticiero Universal, 1888; Las Noticias, 1896). Se continuó editando el Diario de Barcelona que, bajo la dirección de Juan Mañé Flaquer, fue uno de los principales referentes de toda España. En 1880 nació La Ilustració Catalana, la primera revista gráfica en catalán.[23]

Exposición Universal de 1888

Foto histórica del Arco de Triunfo

En 1888 se celebró un evento que supuso un gran impacto tanto económico y social como urbanístico, artístico y cultural para Barcelona y el conjunto del modernismo catalán: la Exposición Universal de Barcelona. Tuvo lugar entre el 8 de abril y el 9 de diciembre de 1888 y se llevó a cabo en el parque de la Ciudadela, un terreno anteriormente perteneciente al Ejército y ganado para la ciudad en 1868. El incentivo de los actos feriales conllevó la mejora de las infraestructuras de toda la ciudad, que dio un enorme salto hacia la modernización y el desarrollo.[24]​ Entre otras cosas, el evento coincidió con el inicio del alumbrado de las calles con iluminación eléctrica.[25]

El evento supuso la remodelación del parque de la Ciudadela, proyectado por José Fontseré, además del Salón de San Juan (actual paseo de Lluís Companys), una larga avenida de 50 m de ancho que servía de entrada a la Exposición, en cuyo inicio se emplazó el Arco de Triunfo, diseñado por José Vilaseca. Se empezó a urbanizar la plaza de Cataluña, proceso que culminaría en 1929 gracias a otra exposición, la Internacional de Industrias Eléctricas; se cubrió la Riera d'en Malla, dando lugar a la rambla de Cataluña; se inició la avenida del Paralelo; y se prolongó el paseo de San Juan hacia Gracia y la Gran Vía de las Cortes Catalanas hacia poniente.[26]​ También se erigió el Monumento a Colón, al final de la Rambla, junto al Puerto de Barcelona. La mayoría de los edificios y pabellones construidos para la Exposición desaparecieron tras su finalización, aunque sobrevivieron el Castillo de los Tres Dragones y el Museo Martorell —ambos partes integrantes del Museo de Ciencias Naturales de Barcelona—, el Invernáculo y el Umbráculo, mientras que una parte del recinto del parque fue ocupada posteriormente por el Zoo de Barcelona.[27]

El modernismo internacional

El modernismo fue un movimiento internacional que se desarrolló por todo el mundo occidental, sobre todo en Europa, donde recibió diversos nombres según el lugar de procedencia: Art Nouveau en Francia, Jugendstil en Alemania, Sezession en Austria, Liberty en Italia o Modern Style en Reino Unido.[28][nota 3]​ La consolidación del modernismo a nivel internacional se produjo con la Exposición Universal de París de 1900[30]​ y perduró hasta el inicio de la Primera Guerra Mundial.[28]

El término «modernismo» surgió con el significado de «gusto por lo moderno», dada la pretensión de crear un arte nuevo, acorde con la modernidad, con el proyecto económico y social iniciado con la Revolución industrial.[31]​ Su principal motor social fue la burguesía, que propugnaba un estilo más moderno y elegante pero sin perder las raíces del pasado, y con un cierto sustrato latente del Romanticismo, perceptible en corrientes como el simbolismo y el esteticismo —la doctrina del «arte por el arte»—.[32]

Estación de Porte Dauphine del Metro de París (1900), de Hector Guimard

El modernismo pretendía romper con los estilos del pasado —especialmente los académicos—, renovando el lenguaje artístico y aunando todas las artes en un conjunto homogéneo, con una nueva visión estética original y creativa, desligada de la producción industrial para revalorizar de nuevo los oficios artísticos tradicionales,[31]​ en paralelo al fenómeno Arts and Crafts.[33]​ Este nuevo estilo supuso un nexo evolutivo entre la arquitectura del siglo XIX, enraizada en estilos históricos, y la del nuevo siglo XX, más depurada y moderna, cuya mayor expresión sería el racionalismo. Aunque teóricamente se oponía al historicismo, se inspiraron en numerosos estilos del pasado, especialmente el arte medieval, el celta, el oriental y el rococó.[34]

Rêveur (1894), de Alfons Mucha

En el terreno de la arquitectura, se aprecian dos corrientes fundamentales: una de raíces más historicistas y de carácter plástico, de líneas ondulantes, con cierta tendencia a la emotividad, representada por Francia y Bélgica —en la que se englobaría España—; y otra más severa y racional, de formas geométricas y composición planimétrica, que evolucionaría hacia el funcionalismo, desarrollada fundamentalmente en Austria y Reino Unido.[35]​ La primera tuvo su epicentro en Bélgica, gracias a la obra de Victor Horta, el principal representante del Art Nouveau. Fue uno de los primeros arquitectos que utilizó el hierro como elemento decorativo y diseñó una serie de edificios que aunaban funcionalidad constructiva con un lenguaje lírico, como la casa Tassel de Bruselas (1893). Otro exponente fue Henry Van de Velde. En Francia cabe destacar la obra de Hector Guimard, igualmente arquitecto y decorador, autor del Castel Béranger (1894-1898) y de las estaciones del Metro de París (1899-1900).[36]​ En la segunda corriente, la línea inglesa fue heredera del movimiento Arts and Crafts, influencia decisiva en la obra de Charles Rennie Mackintosh (Escuela de arte de Glasgow, 1898-1909). En Austria se dio el movimiento secesionista, un estilo funcional que influiría decisivamente en el racionalismo alemán. Sus principales exponentes fueron Otto Wagner, Joseph Maria Olbrich y Josef Hoffmann.[37]

Pese a su voluntad unificadora, el Art Nouveau se dio más —en el contexto internacional— en la arquitectura y las artes gráficas y aplicadas, no tanto así en las artes plásticas, donde en todo caso sus exponentes más genuinos serían artistas como Gustav Klimt, Ferdinand Hodler, Alfons Mucha, Aubrey Beardsley, Jan Toorop, los Nabis o el grupo de Pont-Aven.[38]​ En cuanto a la escultura, su principal referente sería Auguste Rodin, así como Constantin Meunier. Por su carácter ornamental, el modernismo supuso una gran revitalización de las artes decorativas, con una nueva concepción más enfocada en el acto creador y en la equiparación con el resto de artes plásticas, hasta el punto de que sus artífices plantearon por primera vez la «unidad de las artes». El diseño modernista planteaba en general la revalorización de las propiedades intrínsecas de cada material, con unas formas de tipo organicista inspiradas en la naturaleza,[39]​ donde predomina la curva y el arabesco, la utilización de flores y formas vegetales, las olas marinas y animales de formas sinuosas como mariposas, cisnes, pavos y libélulas.[40]​ Entre sus principales artífices destacaron Émile Gallé (ceramista y vidriero), René Lalique (orfebre), Koloman Moser (diseñador), Louis Majorelle (ebanista) y Louis Comfort Tiffany (joyero y vidriero).[41]

En el resto de las artes es difícil establecer paralelismos, ya que a nivel europeo no existe un modernismo literario o musical. En literatura, los principales referentes coetáneos fueron el parnasianismo y el simbolismo,[30]​ mientras que en música el posromanticismo, el nacionalismo musical y el impresionismo francés.[42]

El modernismo en España

Palacio Longoria (1902-1904), de José Grases Riera, Madrid

El modernismo en España fue, según Pedro Navascués, la fase final del eclecticismo, con diversos matices según la región, por lo que, más que de modernismo, cabría hablar de «modernismos», en plural.[43]​ En el terreno arquitectónico, su principal sello de identidad sería en lo relativo a la ornamentación, ya que a nivel estructural se aprecian pocas diferencias con el eclecticismo anterior e incluso se aprovechan los avances ofrecidos por la ingeniería en la utilización del hierro y el acero.[44]​ El modernismo se desarrolló por escuelas locales, entre las que destacaron, además de la catalana, la madrileña, la valenciana, la murciana, la vasca, la canaria y la melillense. En Madrid, el modernismo estuvo influido principalmente por el Art Nouveau franco-belga, con exponentes como José Grases Riera y Eduardo Reynals.[45]​ En la España central, el modernismo se redujo a casos aislados de autores esencialmente eclécticos, como Jerónimo Arroyo en Valladolid, Joaquín de Vargas en Salamanca, Vicente Lampérez en Burgos, Isidro de Benito en Ávila y Pablo Monguió en Teruel.[46]​ Sin embargo, el modernismo español, caracterizado por un cierto sello centrífugo, se desarrolló más en la periferia y los archipiélagos balear y canario.[47]

Estación del Norte (Valencia) (1917), de Demetrio Ribes

En el norte, el modernismo se desarrolló sobre todo en entornos industriales y turísticos. Así, contó con una importante presencia en La Coruña, con autores como Julio Galán Carvajal, Antonio López Hernández, Pedro Mariño y Rafael González Villar; así como en Santiago de Compostela —con Jesús López de Rego—, Ferrol (Rodolfo Ucha) y Vigo (Jenaro de la Fuente Domínguez, José Franco Montes).[48]​ En Asturias, cabe destacar a Juan Miguel de la Guardia, Luis Bellido, Miguel García de la Cruz y Manuel del Busto.[49]​ El País Vasco contó con una notable escuela, protagonizada por Ricardo de Bastida, Julio Saracíbar y Ramón Cortázar Urruzola.[50]

En la Comunidad Valenciana se desarrolló un modernismo de cierto influjo catalán, ya que muchos de sus arquitectos se formaron en la Escuela de Arquitectura de Barcelona, aunque con trazos eclécticos y regionalistas. Conviene destacar la obra de Francisco Mora Berenguer, Carlos Carbonell, Francisco Almenar, Manuel Peris Ferrando, Vicente Ferrer Pérez, Demetrio Ribes y Francisco Javier Goerlich. Además de la ciudad de Valencia, hubo notables exponentes en Novelda —con José Sala— y Alcoy, donde trabajaron Timoteo Briet Montaud y Vicente Pascual Pastor.[51]​ En Murcia, el principal núcleo modernista estuvo en Cartagena, donde destaca la obra de Víctor Beltrí.[52]​ En Baleares convendría destacar a Gaspar Bennazar y Francisco Roca Simó.[53]

En Andalucía, encontramos algunos exponentes modernistas en Sevilla, en la obra de arquitectos como Aníbal González y José Espiau; y, en menor medida, en Córdoba, Almería, Málaga, Huelva, Cádiz y Jerez. Surgió una notable escuela modernista en Melilla, protagonizada por Enrique Nieto, un arquitecto catalán que fue nombrado arquitecto municipal de esa ciudad, donde desarrolló una obra que recuerda en buena medida el modernismo de su tierra natal.[54]​ En Canarias, el principal centro modernista fue Santa Cruz de Tenerife, donde trabajaron Antonio Pintor y Mariano Estanga.[55]

Cosiendo la vela (1896), de Joaquín Sorolla, Ca' Pesaro-Galleria Internazionale d'Arte Moderna, Venecia

En el terreno de la pintura no encontramos un estilo afín al desarrollado en Cataluña. Por un lado, perviven el academicismo y la pintura naturalista, mientras que por otro se van introduciendo las nuevas corrientes procedentes de Europa, especialmente el impresionismo y el simbolismo, con exponentes como Aureliano de Beruete, Darío de Regoyos —que frecuentó el círculo modernista barcelonés de Els Quatre Gats y se instaló en Barcelona en 1910—, Ignacio Zuloaga y Julio Romero de Torres.[56]​ En Valencia surgió una escuela luminista que tuvo como principal representante a Joaquín Sorolla, aunque también es de destacar la obra de Ignacio Pinazo.[57]

En cuanto a la escultura, proliferó especialmente en lo relativo a monumentos funerarios y conmemorativos, así como escultura exenta y la aplicada a la arquitectura.[58]​ Cabe destacar al valenciano Mariano Benlliure, un escultor prolífico que mostró una especial predilección por temas taurinos y animales. Miguel Ángel Trilles fue autor de varias figuras del Monumento a Alfonso XII. En Bilbao trabajaron Francisco Durrio y Nemesio Mogrobejo.[59]

En literatura existió en esta época un movimiento llamado modernismo, aunque sin conexión con la literatura catalana coetánea. Se perciben dos líneas fundamentales: la primera, en contraposición al realismo anterior, se aboca hacia el esteticismo, a la búsqueda de la belleza, así como de lo raro, lo exótico, lo bohemio, con un componente inconformista, de desafío a la realidad circundante; la segunda, sin embargo, se dedica a estudiar las causas de la decadencia, a profundizar en los problemas de España, con lo que enraizan con el realismo anterior, pero con un afán renovador. Con el tiempo, la primera sería denominada modernismo propiamente dicho, mientras que la segunda sería conocida como Generación del 98.[60]​ La línea modernista se desarrolló especialmente en la poesía, donde se denota la influencia del simbolismo y del parnasianismo francés, así como de Edgar Allan Poe, Oscar Wilde y Walt Whitman, con representantes como Salvador Rueda, Francisco Villaespesa y Eduardo Marquina, así como la obra inicial de Antonio y Manuel Machado, Ramón María del Valle-Inclán y Juan Ramón Jiménez.[61]

La música estuvo ligada al nacionalismo musical, del que varios músicos catalanes fueron exponentes, como Felipe Pedrell, Isaac Albéniz y Enrique Granados, junto a los que cabe destacar Manuel de Falla, Ruperto Chapí, Tomás Bretón, Joaquín Rodrigo y Joaquín Turina. Falla, uno de los mejores compositores españoles modernos, aunó el nacionalismo musical —con cierta influencia del noruego Edvard Grieg— con el impresionismo, que conoció en una estancia en Francia.[62]

Características generales

La cruz de cuatro brazos, uno de los elementos más típicamente gaudinianos, inspirada en el gálbulo del ciprés[63]

El modernismo no es un concepto unívoco. Los especialistas no se ponen de acuerdo en cual es el nexo común de los artistas llamados modernistas: podría ser un estilo, o bien una actitud, o quizá una época. El problema de la adscripción al arte modernista como un estilo es el de aglutinar obras de artistas muy diferentes, a veces incluso contrapuestos, aunque se percibe cierta homogeneidad en el afán renovador, en el concepto de un arte «moderno» que supere la tradición. Por eso se habla de «actitud», de la voluntad de superar las normas del pasado y adentrarse en la modernidad. Por último, hay una sentimiento de época, de transición entre dos siglos que ha de conllevar una evolución del arte, sin romper con el arte del pasado pero creando algo nuevo, un arte nuevo al servicio de una nueva sociedad.[64]

El término «modernismo» (en catalán: modernisme) proviene de la palabra «moderno», procedente del latín modernus («de hace poco, reciente»), en alusión al tiempo presente y como contraposición de lo pasado, lo «antiguo».[65]​ La reivindicación del presente implica también el futuro por venir y se asocia a conceptos como lo «nuevo» o lo «joven», así como, en un sentido más amplio y casi metafórico, a la «libertad».[66]​ La primera vez que surgió el concepto de «modernista» fue en la revista L'Avenç de enero de 1884, en un artículo de Ramón Domingo Perés, en el que manifestaba que «L'Avenç defiende (y procurará realizar siempre) el cultivo en nuestra patria de una literatura, de una ciencia y de un arte esencialmente modernistas [subrayado en el original], único medio que, en conciencia, cree que puede hacer que seamos atendidos y vivamos una vida esplendorosa».[67]​ Cabe señalar que el término modernismo en relación al arte catalán alude únicamente a la producción artística y al ambiente cultural del Principado en estos años y no es extrapolable a otras épocas o regiones. Así, conviene no confundirlo con otros «modernismos»: el modernismo literario español que, aunque casi contemporáneo, se sustenta en unas bases y principios técnicos y estilísticos bien diferenciados del modernismo catalán; el modernismo teológico, doctrina que propugnaba la integración de la religión con la ciencia y la filosofía modernas; o el término inglés modernism, alusivo a una tendencia filosófica y cultural que propugna el progreso del arte y la cultura acordes a la nueva era industrial.[68]

Templete de la torre Andreu («la Rotonda»), de Adolfo Ruiz Casamitjana (1906). La inclusión de la cerámica en la arquitectura como elemento decorativo fue una de las señas del modernismo catalán.

Es difícil establecer unas fechas precisas para enmarcar cronológicamente este movimiento. Algunos expertos sitúan su punto de partida en la Exposición Universal de Barcelona de 1888,[69]​ otros en el año de inicio de las Fiestas Modernistas auspiciadas por Santiago Rusiñol en Sitges (1892).[70]​ En cuanto a su final, suele establecerse como punto de inflexión la Semana Trágica de 1909, o bien la aparición del novecentismo —el estilo heredero del modernismo— en 1911. Según Josep Francesc Ràfols, el modernismo catalán se situaría entre la exposición de Ramón Casas, Santiago Rusiñol y Enric Clarasó celebrada en 1890 y la muerte de Isidro Nonell en 1911, en el terreno artístico; desde la bomba del Liceo (1893) hasta la Semana Trágica (1909) en el ámbito político; y entre la Exposición Universal de 1888 y la fundación del Instituto de Estudios Catalanes en 1907, a nivel social.[71]​ Aun así, algunos expertos como Mireia Freixa hablan de un «protomodernismo» que retrotraen a 1876 —coincidiendo con la fundación de la Escuela de Arquitectura de Barcelona—, o bien de una perduración del modernismo hasta 1917, en convivencia con el primer novecentismo, si bien ello quedaría más patente en el terreno de la arquitectura, mientras que las artes plásticas y la literatura estarían ya superadas en 1905.[72]​ Por otro lado, en el terreno de la arquitectura, Pedro Navascués habla de un «premodernismo» para las obras anteriores a 1900, mientras que sitúa entre 1900 y 1914 el período más decisivo de la arquitectura modernista en Cataluña, que en última instancia perduraría hasta los años 1920.[73]Juan Bassegoda también habla de un premodernismo, mientras que sitúa la plenitud del modernismo entre 1893 y 1910, al que seguiría un período de progresivo abandono del estilo —habla de un segundo y hasta de un tercer modernismo (o fase «manierista»)—.[74]​ Por su parte, Alexandre Cirici sitúa el nacimiento del modernismo entre 1880 y 1885, años en que se construyeron cinco edificios emblemáticos: la casa Vicens de Antoni Gaudí, la Editorial Montaner y Simón de Lluís Domènech i Montaner, la Academia de Ciencias de José Doménech Estapá, las Industrias de Arte Francesc Vidal de José Vilaseca y la Biblioteca Museo Víctor Balaguer de Jeroni Granell i Mundet (en Villanueva y Geltrú).[75]Oriol Bohigas sitúa el final de la arquitectura modernista en 1926, fecha de la muerte de Gaudí.[76]​ Por último, George Collins lo sitúa entre 1870 y 1930, aunque dentro de un marco más amplio de lo que él denomina Catalan Movement.[76]​ Con todo, ya en 1912 Lluís Masriera, en su discurso de ingreso a la Real Academia de Bellas Artes de San Jorge, decía que «el arte moderno, que se había bautizado con el nombre de Modernismo, está en plena decadencia o, como vulgarmente se dice, ha pasado de moda».[77]

Castillo de los Tres Dragones, de Lluís Domènech i Montaner. Construido como restaurante para la Exposición Universal de 1888, tras el certamen acogió por un tiempo un taller de artes decorativas fomentado por el propio Domènech y por Antoni Maria Gallissà que fue uno de los mayores impulsores de la integración de estas artes en el conjunto del modernismo.

El modernismo catalán fue un movimiento heterogéneo, con un afán innovador y de creación original, que pretendía aglutinar todas las artes en un instrumento al servicio de una nueva sociedad, moderna y cosmopolita, ligada a las nuevas corrientes europeas.[70]​ Partiendo del renacimiento cultural iniciado por la Renaixença, pretendían crear un estilo nacional pero de corte moderno, vanguardista, con un espíritu de progreso y de optimismo positivista.[78]​ Así, la reivindicación de la propia identidad hará que el modernismo catalán incorpore a su acerbo artístico estilos del pasado como el gótico y el Barroco, rechazados sin embargo por el Art Nouveau europeo en su afán de dejar atrás el pasado. En 1902, el crítico Raimon Casellas aún defendía en la revista Hispania el gótico como el principal referente de la arquitectura catalana.[79]

Se podría decir que el nexo común en el seno del modernismo catalán es el afán regenerador y la visión cosmopolita del arte y la cultura, pero más allá de ello no se encuentra una unidad estilística, sino que dentro del movimiento modernista se perciben diversos lenguajes, sin normativa, sin homogeneidad, calificando simplemente de modernista la obra desarrollada por los artistas, músicos y escritores que trabajan en Cataluña durante la transición de los siglos xix-xx. En todo caso, el punto de partida es la voluntad de regeneración, de modernización, de internacionalización del arte y la cultura catalana, en oposición a estilos anteriores como el naturalismo y el arte académico —o como el costumbrismo y el anecdotismo dentro del panorama artístico del resto de España—, al tiempo que se revaloriza el pasado considerado más esplendoroso por la historiografía catalana, el correspondiente al Medievo. Por ello, en contraposición al Art Nouveau internacional, que rechazaba el historicismo, el modernismo catalán aúna la modernidad con la evocación del pasado, siempre en línea neomedievalista.[72]​ La creación de un estilo considerado nacional, que partiendo de la tradición había adoptado las formas modernas desarrolladas en Europa, queda plasmado en estas palabras de Josep Puig i Cadafalch expresadas en 1902: «hemos conseguido entre todos un arte moderno, a partir de nuestro arte tradicional, adornándolo con bellas materias nuevas, adaptando el espíritu nacional a las necesidades del día».[80]

Eusebio Güell, mecenas de Antoni Gaudí

El principal impulsor de este movimiento, sobre todo en el terreno arquitectónico, fue la burguesía, un conjunto de empresarios, banqueros, fabricantes, inversores y nobles de nuevo cuño —así como los indianos, los hombres que se habían enriquecido en América y que habían traspasado su fortuna de vuelta a Cataluña—, que fomentaron el nuevo estilo como una seña de identidad. La mayoría de mecenas de los artistas modernistas procedía de este estrato social, auspiciado por la bonanza económica que se vivió en esos años. Entre estos burgueses surgió la costumbre de edificar casas en el nuevo Ensanche barcelonés, que rivalizaban por su diseño y ostentación, con las que demostraban su distinción.[81]​ Así, surgió un mecenazgo que fue decisivo para la labor edilicia en la ciudad, como por ejemplo el que ejerció el conde Eusebio Güell hacia Gaudí, o bien el empresario Antonio López y López (marqués de Comillas), el industrial Josep Batlló, el empresario Pedro Milá y Camps, el fabricante textil Avelino Trinxet Pujol, el barón Manuel de Quadras, el industrial textil Josep Freixa, el industrial chocolatero Antoni Amatller, el industrial farmacéutico Salvador Andreu, el editor Ramón de Montaner Vila, el empresario vitivinícola Manuel Raventós (del cava Codorníu), el banquero Ruperto Garriga-Nogués, el médico Alberto Lleó Morera y un largo etcétera.[82]

Museo Cau Ferrat, Sitges

Uno de los mayores impulsores y teóricos del modernismo catalán fue Santiago Rusiñol, promotor de las Fiestas Modernistas que se celebraban anualmente en Sitges, a la que acudían escritores y artistas con unos intereses culturales y estéticos similares.[70]​ Pintor y escritor, Rusiñol fue uno de los máximos promotores del movimiento, el cual pretendía no solo impulsar entre los sectores más académicos sino también entre las clases populares, para convertirlo en el principal referente de la cultura catalana.[83]​ La primera Fiesta Modernista se realizó en agosto de 1892, con motivo de una exposición donde figuraban obras de Rusiñol, Ramón Casas, Eliseo Meifrén, Joaquim de Miró, Arcadio Mas y Juan Roig y Soler. La segunda se produjo en septiembre del año siguiente, con un concierto de Enric Morera y el estreno en el Teatro Prado de la ópera La intrusa, una obra de Maurice Maeterlinck traducida al catalán por Pompeu Fabra. La tercera se dio en noviembre de 1894, con varios actos entre los que destacó una procesión realizada entre la estación de ferrocarril de Sitges y el Cau Ferrat —la casa de Rusiñol— con dos obras de El Greco adquiridas por Rusiñol en París: Las lágrimas de san Pedro y Santa Magdalena penitente. En esta ocasión, Rusiñol declamó un discurso en el que defendía un «modernismo sin dogmas escolásticos ni doctrinarismo, ni reglas ni excepciones, ni reglamentos ni estatutos, ni mandatos imperativos». La cuarta tuvo ocasión en febrero de 1897, con el estreno de la ópera La fada de Enric Morera en el Teatro Prado. La quinta y última acaeció en 1899, con la presentación de varias obras de teatro de Ignasi Iglesias (Lladres y La reina del cor) y un texto del propio Rusiñol, L'alegria que passa, así como un concierto de piano de Joaquín Nin.[84]

Els Quatre Gats

Por otro lado, se podría considerar como uno de los centros neurálgicos del modernismo el café-restaurante Els Quatre Gats, lugar de reunión de buena parte del grupo modernista, situado en la casa Martí, un edificio neogótico obra de Josep Puig i Cadafalch, en la calle Montsió, en plano Barrio Gótico de Barcelona. Fue fundado en 1897 por Ramón Casas, Santiago Rusiñol, Miquel Utrillo y Pere Romeu —quien regentó el negocio— y perduró hasta 1903, año en que cerró sus puertas. Aquí se formó una tertulia a la que acudían artistas y escritores como Isidro Nonell, Joaquín Mir, Ramón Pichot, Ricard Canals, Hermenegildo Anglada Camarasa, Jaime Sabartés, Ricardo Opisso, Joaquín Torres García, Pompeyo Gener, Joan Maragall, Amadeo Vives, Isaac Albéniz, Pablo Gargallo o Manolo Hugué, además de un joven Pablo Picasso, instalado en la Ciudad Condal en 1895. Además de estas tertulias, en el local se celebraron conciertos, exposiciones, recitales de poesía, funciones de marionetas y sombras chinescas.[85]​ Por otro lado, se publicó una revista titulada Els Quatre Gats, dirigida por Pere Romeu, que salió entre febrero y mayo de 1899, con un total de quince números.[86]

L'Avenç (1881)

Otro centro impulsor del movimiento fue el Círculo Artístico de San Lucas, fundado en 1893.[87]​ Vinculado en buena medida al catolicismo, su mayor teórico fue José Torras y Bages, obispo de Vic y figura representativa del catalanismo conservador, en cuyo seno militó también Antoni Gaudí, buen amigo de Torras. El Círculo se oponía a los valores de la burguesía, pero también a la bohemia, al materialismo tanto como al esteticismo y defendía en cambio la espiritualidad y la tradición, el gremialismo y el trabajo artesanal, con influencia de los prerrafaelitas, los nazarenos y el Arts and Crafts.[88]

Por otro lado, la revista L'Avenç fue el portavoz del movimiento, publicada entre 1881-1884 y 1889-1893. Fundada por Jaume Massó, seguía una línea moderna, progresista y catalanista, con voluntad de homologación y estandarización de la lengua catalana, que querían despojar de elementos arcaizantes. En el seno de esta revista se forjó el nombre «modernismo», aplicado en un principio a la actitud renovadora de la élite intelectual catalana y que, al poco tiempo, pasaría de ser una palabra genérica a otra específica, que designaría ya el nuevo estilo desarrollado en el Principado. Este cambio, según Francesc Fontbona, se daría en el momento en que el modernismo catalán conectó con el simbolismo, el nuevo estilo europeo de finales del siglo XIX, en que el arte se sumerge en la espiritualidad, en el esteticismo, en lo que se podría definir como una «religión del arte». El artista se convierte en el sacerdote de esta nueva religión, que rinde culto a la belleza y el refinamiento, en contraposición al materialismo de la era industrial. Dentro de la revista, uno de sus mayores teóricos fue Raimon Casellas.[89]​ Otra revista que sirvió de órgano difusor del nuevo arte fue Pèl & Ploma, publicada entre 1899 y 1903, años en que editaron unos cien números. Estaba financiada por Ramón casas y su redactor principal fue Miquel Utrillo. A esta le sucedió Forma, entre 1904 y 1908, también dirigida por Utrillo.[90]​ Además de Casellas y Utrillo, otros críticos de arte de la época modernista fueron: Alfredo Opisso, Manuel Rodríguez Codolá, Bonaventura Bassegoda i Amigó, Francesc Casanovas, Juan Brull, José María Jordá, Sebastià Junyent, Frederic Pujulà, Miguel Sarmiento y Eugenio d'Ors.[91]

Ramón Casas, Santiago Rusiñol y Enric Clarasó en su exposición conjunta en la Sala Parés (1915)

En cuanto a la enseñanza, el mayor centro dinamizador del arte modernista fue la Escuela de la Lonja, patrocinada por la Junta de Comercio de Barcelona.[92]​ Respecto a la exhibición de obras cabe destacar la Sala Parés, fundada en 1840 por Joan Baptista Parés y que pronto se convirtió en la galería de arte más activa del Principado.[93]​ De hecho, uno de los puntos de partida del nuevo movimiento, además de la Exposición Universal de 1888, fue la exposición celebrada en 1890 en la Sala Parés por Ramón Casas, Santiago Rusiñol y Enric Clarasó. Todos estos artistas habían pasado un tiempo en París y se habían contagiado de su ambiente bohemio, así como de la obra de artistas como Gustave Moreau o Pierre Puvis de Chavannes, así como el prerrafaelismo inglés o incluso la xilografía japonesa. La exposición supuso una fuerte convulsión en el seno del panorama artístico catalán por la modernidad y expresividad de las obras, que ofrecían una visión matizada de la realidad, subjetiva y estetizada, interpretada por el artista de acuerdo a su interioridad con expresión del sentimiento, una mirada alejada del naturalismo imperante hasta entonces.[94]

Cartel de la III Exposición de Bellas Artes, de Alexandre de Riquer (1896)

Otro frente impulsor del nuevo estilo fueron las exposiciones oficiales: en 1890 se creó por parte del Ayuntamiento de Barcelona la Comisión de Conservación de los Edificios del Parque y de Creación y Fomento de los Museos Municipales, con el objetivo de preservar las infraestruturas creadas para la Exposición Universal de 1888. Una de las iniciativas de dicha comisión fue la celebración de exposiciones artísticas de cara a adquirir obras para los museos de la ciudad. Así, en 1891 se celebró la I Exposición General de Bellas Artes, con secciones de arquitectura, escultura, pintura, dibujo y artes gráficas. En la II Exposición (1894) se añadieron secciones de grabado, escenografía y pintura decorativa. Paralelamente, en 1892 se celebró la I Exposición Nacional de Industrias Artísticas, con secciones de metal, cerámica y vidrio, ebanistería y tejidos. En 1896 se fusionaron las dos y se celebró la III Exposición de Bellas Artes e Industrias Artísticas, fórmula que se consolidó en los siguientes certámenes: la IV en 1898, la V en 1907 —con el nombre en adelante de Exposición Internacional— y la VI en 1911.[95]

Cabe señalar la importancia que dentro del modernismo catalán tuvo la isla de Mallorca, especialmente para los pintores paisajistas. La isla balear conjugaba un paisaje todavía puro con todas las comodidades del progreso en cuanto a estancia y transportes. Para los catalanes fue un lugar habitual de descanso y evasión del mundo urbano. Así, artistas como Santiago Rusiñol, Eliseo Meifrén, Joaquín Mir, Hermenegildo Anglada Camarasa, Alexandre de Riquer, Sebastià Junyer, Mariano Pidelaserra, Eveli Torent y Félix Mestres pasaron largas estancias en la isla. Al tiempo, los medios mallorquines —como el diario La Almudaina— se hacían eco de las novedades artísticas del Principado, que hicieron mella igualmente en los artistas mallorquines.[96]

Fotografía de la casa Lleó Morera en 1906, donde se aprecian las esculturas originales de Eusebi Arnau que fueron destruidas en una reforma en 1943

El modernismo fue relevado hacia 1910 por el novecentismo, un movimiento de corte clasicista y mediterraneísta impulsado por el escritor Eugenio d'Ors, opuesto a todo lo que consideraba excesos ornamentales del modernismo, frente a lo que defendía la pureza de las líneas clásicas, despojadas de subterfugios, de líneas simples y sobrias. Algunos artistas modernistas, especialmente los más jóvenes, se pasaron al nuevo movimiento, como Isidro Nonell, Joaquín Mir, Ricard Canals, Pablo Gargallo o Pablo Picasso; o, entre los arquitectos, Enric Sagnier, Josep Maria Pericas, Arnau Calvet, Ignasi Mas, Josep Domènech i Mansana, así como algunos discípulos de Gaudí, como Juan Rubió o Cèsar Martinell.[97]​ Los novecentistas se opusieron tan furibundamente a los modernistas que llegaron a destruir en algún caso obras suyas, como las esculturas de Eusebi Arnau que decoraban la planta baja de la casa Lleó Morera —obra de Lluís Domènech i Montaner—, retiradas en la reforma que dirigió Raimundo Durán Reynals en 1943, que fueron destruidas a martillazos.[98]​ En los años 1920 algunos arquitectos pidieron incluso la demolición del Palacio de la Música Catalana.[99]​ Un buen ejemplo también son las tiendas modernistas: en su día se crearon con igual profusión en el nuevo estilo tiendas que casas —tanto bares y restaurantes como comercios, farmacias, panaderías y todo tipo de locales—, pero la mayoría han ido desapareciendo con el paso del tiempo: en los años 1960 había unas ochocientas —según una estimación del arquitecto David Mackay—, hasta quedar reducidas en la actualidad a unas cincuenta. Entre las desaparecidas, alguna tan emblemática como el Bar Torino, diseñado por Gaudí junto con Pedro Falqués y Josep Puig i Cadafalch.[100]

La caída en desgracia del modernismo duró varias décadas, hasta que en los años 1960 fue reivindicado por una nueva generación de arquitectos, críticos y expertos, como Oriol Bohigas —autor en 1968 de la obra Arquitectura modernista—, que supieron ver en él un movimiento genuinamente catalán con innegables virtudes tanto artísticas como teóricas.[101]​ De hecho, años e incluso décadas antes habían surgido ya algunas voces en defensa del modernismo catalán, quizá la primera la de Salvador Dalí, autor en 1932 de un artículo en la revista Minotaure titulado De la Beauté térrifiant et comestible de l'Arquitecture Nouveau Style. En 1936, Nikolaus Pevsner citaba someramente a Gaudí en su obra Pioneros del diseño moderno, de William Morris a Walter Gropius, en cuya segunda edición, ya en 1957, se lamentaba de no haberlo tratado más extensamente, ya que lo consideraba «el arquitecto más significativo del Art Nouveau». Posteriormente surgieron obras como Modernismo y modernistas, de Josep Francesc Ràfols (1949); El arte modernista catalán, de Alexandre Cirici (1951); Art Nouveau, de Stephan Tschudi-Madsen (1956); Arquitectura, siglos xix y xx, de Henry-Russell Hitchcock (1958); Art Nouveau-Jugendstil, de Robert Schutzler (1962); El primer modernismo catalán y sus fundamentos ideológicos, de Eduard Valentí Fiol (1973); Aspectos del modernismo, de Joan Lluís Marfany (1975); y La crisis del modernismo artístico, de Francesc Fontbona (1975), por citar algunos —aparte del ya mencionado de Bohigas—.[102]

En igual medida, revalorizaron el movimiento diversas exposiciones que se produjeron desde los años 1960, como Art Nouveau-Art and Design at the Turn of the Century, celebrada en 1960 en el MoMA de Nueva York; Artes suntuarias en el modernismo barcelonés, en el Palacio de la Virreina de Barcelona (1964); y El Modernismo en España, en el Casón del Buen Retiro de Madrid (1969).[103]

Arquitectura

La Manzana de la Discordia (Barcelona), que incluye la casa Lleó Morera de Lluís Domènech i Montaner, la casa Amatller de Josep Puig i Cadafalch y la casa Batlló de Antoni Gaudí

La arquitectura modernista se desarrolló en diversas fases: el primer modernismo, desarrollado en los años 1890, era todavía un estilo no especialmente definido, cuyo principal componente era un goticismo abarrocado desligado ya del historicismo, con pervivencia de ciertos rasgos clasicistas y medievalistas, practicado principalmente por Lluís Domènech i Montaner, Josep Puig i Cadafalch y Antoni Maria Gallissà.[104]​ En estos primeros años había un cierto sentimiento de indefinición, como se muestra en la obra Arquitectura moderna de Barcelona (1897), de Francesc Rogent, donde defiende la utilización del «estilo neogreco» para edificios públicos, «neogótico» para edificios particulares y «neorrománico» para iglesias.[105]​ Al mismo tiempo, se seguía practicando una arquitectura academicista ajena a las innovaciones modernistas, como se ve en la obra de arquitectos como Salvador Viñals, Cayetano Buigas, Joan Baptista Pons i Trabal o Francisco de Paula del Villar y Carmona.[106]

Con el cambio de siglo, el modernismo evolucionó hacia un cierto formalismo estilístico de influencia secesionista, practicado por una segunda generación de arquitectos como Josep Maria Jujol, Manuel Raspall, Josep Maria Pericas, Eduard Maria Balcells, Salvador Valeri, Alexandre Soler, Antoni de Falguera, Bernardí Martorell y otros.[107]​ Estos arquitectos planteaban la arquitectura como soporte de una exultante ornamentación, entrando en una fase manierista del modernismo.[108]​ Por otro lado, continuaron las tendencias neogóticas y del eclecticismo clasicista, practicadas principalmente por Enric Sagnier, José Doménech Estapá, Manuel Comas i Thos, Augusto Font Carreras o Joan Josep Hervàs.[109]​ Según Juan Bassegoda, esta fase manierista tuvo tres corrientes principales: la vinculada a la Escuela de Arquitectura de Barcelona, es decir, los discípulos de Domènech, Vilaseca, Font Carreras y Gallissà; los discípulos de Gaudí; y los influidos por la arquitectura europea, principalmente francesa, inglesa y austríaca. Pese a todo, no se trataría de líneas rígidas y alguno de ellos se podría encontrar en varias corrientes a la vez.[110]

El epicentro de la arquitectura modernista catalana se produjo en Barcelona y algunas ciudades del entorno, en menor medida en las otras provincias catalanas. Entre otras razones, conviene recordar la presencia en esta ciudad de la Escuela de Arquitectura, donde se formaron la mayoría de arquitectos modernistas.[111]​ Esta institución supuso la instauración en la Ciudad Condal de una «escuela» —en su sentido artístico— con unos parámetros comunes a toda una serie de arquitectos, que vino a sustituir a una generación anterior que debía contentarse con el título de maestro de obras o bien formarse en arquitectura en Madrid.[112]​ Por otro lado, un factor determinante del desarrollo del nuevo estilo fue el Ensanche de Barcelona, trazado por Ildefonso Cerdá en 1859, que favoreció enormemente la labor edilicia de la ciudad, al facilitar unos terrenos donde construir desde cero.[113]​ Pese a todo, así como los diversos modernismos regionales surgidos en España fueron esencialmente inconexos entre sí, en el seno del modernismo catalán es difícil encontrar un nexo común a todos los arquitectos, que mayormente desarrollaron un estilo propio y personal.[nota 4]

Baldosa de la Ruta del Modernismo

Las raíces del modernismo arquitectónico se encuentran en el Romanticismo, ya que, más allá de su estructura funcional, la relevancia otorgada al diseño y la ornamentación, el carácter suntuoso de su decoración y la consideración de obra de arte total se enmarcan en las corrientes románticas que surgieron a comienzos del siglo XIX, alejadas del academicismo clasicista o del formalismo ecléctico.[114]​ Así, en el modernismo influyeron poderosamente movimientos como el neogótico —especialmente gracias a la aportación teórica de Viollet-le-Duc—, así como el exotismo, la inspiración en culturas lejanas, especialmente de Oriente, con preferencia en España, dado su pasado andalusí, del neomudéjar.[115]

Cabe señalar que la arquitectura modernista no comportó nada nuevo a nivel estructural, ninguna solución constructiva original, de hecho sus plantas y secciones son indistinguibles de cualquier edificio anterior. Su novedad revistió en el exterior, la fachada, así como en la decoración interior, en el uso de las artes aplicadas para elaborar un producto unitario, una obra de arte total. En ese terreno, su principal fuente de inspiración fue la naturaleza, aunque una naturaleza idealizada y magnificada.[116]

La arquitectura modernista catalana es difícilmente equiparable a la europea —ya sea francobelga o austríaca—, ya que no presenta rasgos estilísticos comunes y es esencialmente una aportación original. De ello eran conscientes los propios arquitectos, como se denota en estas palabras de Josep Puig i Cadafalch: «entre todos hemos construido un arte moderno, a partir de nuestro arte tradicional, adornándolo con bellas materias nuevas, adaptando el espíritu nacional a las necesidades del día».[117]

En 1997 se creó la Ruta del Modernismo en Barcelona, gracias a una iniciativa del Ayuntamiento de esta ciudad, que incluye los edificios más emblemáticos construidos en este estilo, en total unas 120 obras.[118]​ Para señalizar la ruta, se colocaron en el pavimento en varios puntos de la ciudad unas baldosas de color rojo con la flor de Barcelona, un diseño de baldosa de Josep Puig i Cadafalch para la casa Amatller que posteriormente fue utilizado en numerosas calles de la ciudad y se ha convertido en un símbolo de la Ciudad Condal.[119]

Premodernismo

Palacio Montaner (1889-1893), de José Doménech Estapá

Algunos arquitectos evolucionaron desde el historicismo al modernismo, con diverso grado de asimilación del nuevo estilo, si bien en líneas generales en sus obras se continuó trasluciendo una cierta continuidad con las formas anteriores. Como se ha visto, el nuevo estilo tuvo su razón de ser en la decoración, mientras que no aportó nada nuevo a nivel estructural, por lo que muchos arquitectos de la generación anterior a la modernista pudieron incursionar en la nueva estética sin abandonar excesivamente su método constructivo ya consolidado con los años.[120]​ De hecho, numerosos arquitectos siguieron una trayectoria más personal que estilística, por lo que resulta difícil poner la etiqueta de modernista a tal o cual arquitecto y, a menudo, se hace simplemente por coincidir en tiempo y lugar. Gaudí, por ejemplo, se inició en un cierto historicismo para evolucionar a un estilo particular y único, un estilo inspirado en la naturaleza —organicista por tanto— difícilmente equiparable a cualquier otro arquitecto.[121]​ Otro caso es José Doménech Estapá, un arquitecto de línea clásica y solemne que incluso se mostró bastante belicoso contra el modernismo, pero cuya obra se enmarca en este período.[122]

Casa Comas d'Argemir (1904), de José Vilaseca, Barcelona

En la época de gestación del modernismo se apreciaron diversas corrientes: una liderada por José Vilaseca, con influencia de la arquitectura alemana, de líneas más sobrias y regulares, en cuya estela se podría situar a Lluís Domènech i Montaner, Josep Font i Gumà y Antoni Maria Gallissà; otra protagonizada por Joan Martorell, enmarcado en un neogótico de raíz violletiana para obras religiosas y en un clasicismo de influencia francesa para las civiles, que seguirían Gaudí, Cristóbal Cascante y Camilo Oliveras;[123]​ por último, Augusto Font Carreras seguiría una línea más influenciada por la arquitectura clasicista francesa.[124]​ José Vilaseca practicó un premodernismo de aire clasicista, como se denota en la casa Pia Batlló (1891-1896), la casa Enric Batlló (1892-1896), la casa Àngel Batlló (1893-1896), las casas Cabot (1901-1905), la casa Dolors Calm (1903) y la casa Comas d'Argemir (1903-1904), en Barcelona. Fue el autor del Arco de Triunfo de Barcelona, construido para la Exposición Universal de 1888.[125]​ Joan Martorell fue un arquitecto historicista, con preferencia por el medievalismo, que introdujo sin embargo decoración modernista en algunas de sus obras. Entre sus realizaciones destacan la iglesia de las Salesas (1885), la Sociedad de Crédito Mercantil (1896-1900) y el palacio Güell de Pedralbes en Barcelona, así como el palacio de Sobrellano en Comillas (Cantabria). Fue el mentor de Gaudí, al que recomendó para el templo de la Sagrada Familia.[126]​ Augusto Font Carreras fue discípulo de Elías Rogent y desarrolló un estilo ecléctico inspirado en el neogótico y el neoárabe; entre sus obras destacan: el palacio de les Heures (1894-1898), la plaza de toros de las Arenas (1902), la sede de la Caja de Ahorros de Barcelona de la plaza de San Jaime (1903) y la iglesia de la Casa de la Caridad (1912).[127]

Central Catalana de Electricidad (1896-1897), de Pedro Falqués, Barcelona

Cabe citar asimismo a otros arquitectos que coincidieron en su etapa media o final con la eclosión del modernismo: José Doménech Estapá plasmó en sus obras un premodernismo de corte personal, ecléctico, funcional y grandilocuente.[128]​ Fue autor de la Cárcel Modelo de Barcelona (con Salvador Viñals, 1887-1904), el Palacio Montaner —actual Delegación del Gobierno en Cataluña— (1889-1893, terminado por Antoni Maria Gallissà y Lluís Domènech i Montaner), el edificio de Catalana de Gas (1895-1896), el Asilo de Santa Lucía —posterior Museo de la Ciencia— (1904-1909), el Observatorio Fabra (1904-1906), el Hospital Clínico (1904), la iglesia-convento de Nuestra Señora del Carmen (1909-1921) y la Estación de Magoria (1912).[129]Pere Falqués fue arquitecto municipal de Barcelona, por lo que intervino en numerosas mejoras urbanísticas de la ciudad; fue autor del mercado del Clot (1889), la fuente de Canaletas (1892), la Tenencia de Alcaldía del Ensanche (1893), la Central Catalana de Electricidad (1896-1897), las farolas del paseo de Gracia (1900), la casa Laribal (1902), la casa Bonaventura Ferrer (1905-1906) y el mercado de Sants (1913).[130]Antonio Rovira y Trías fue arquitecto municipal de Barcelona, ganador del concurso convocado por el Ayuntamiento para el nuevo Ensanche de la ciudad, aunque finalmente el Ministerio de Fomento impuso el proyecto de Ildefonso Cerdá. Para la Exposición Universal de 1888 construyó el Museo Martorell. Fue autor de varios mercados municipales, como el de Hostafrancs (1888), donde mostró un incipiente modernismo.[131]Emilio Sala Cortés fue igualmente historicista con introducción de algunos elementos ornamentales modernistas, especialmente en las múltiples villas de veraneo que construyó para la burguesía. Entre sus obras destacan: la casa Emilia Carles en Barcelona (1892), el palacio Tolrà en Castellar del Vallés (1890), la casa Rocafort en La Garriga (1910) y las Escuelas Ribas en Rubí (1916). Fue autor también del edificio de paseo de Gracia n.º 43, que más tarde fue reformado por Gaudí y reconvertido en la casa Batlló.[132]Cayetano Buigas fue arquitecto jefe de la Exposición Universal de 1888, para la que diseñó también el Monumento a Colón, con escultura de Rafael Atché. Se enmarcó en el eclecticismo, con alguna influencia modernista, como se vislumbra en el Balneario Vichy Catalán, en Caldas de Malavella (1898-1904). En Sitges fue autor del Mercado Municipal (1889) y de la casa Bonaventura Blai (1900).[133]

Lluís Domènech i Montaner

Hospital de la Santa Cruz y San Pablo (1902-1913), Barcelona

Lluís Domènech i Montaner hizo una mezcla de racionalismo constructivo y decoración fabulosa con influencia de la arquitectura hispano-islámica.[134]​ Fue el creador de lo que denominaba una «arquitectura nacional»,[nota 5]​ un estilo ecléctico basado en las nuevas técnicas y materiales, con un afán moderno e internacional. Para ello, se inspiró en arquitectos como Eugène Viollet-le-Duc, Karl Friedrich Schinkel y Gottfried Semper.[136]​ En su obra buscaba la unidad constructiva y estética, con planteamientos claros y ordenados, a través de un sistema racional que asumía el decorativismo como una parte consustancial de la obra.[137]​ Fue profesor de la Escuela de Arquitectura de Barcelona desde su fundación en 1875 y, de 1900 a 1920, su director. Fue también presidente del Ateneo Barcelonés, periodista —director del periódico El Poble Català—, heraldista y político, siendo presidente de la Lliga de Catalunya y de la Unión Catalanista, así como diputado en Madrid en 1904.[135]

Palacio de la Música Catalana (1905-1908), Barcelona

Sus obras más relevantes fueron el Hospital de la Santa Cruz y San Pablo (1902-1913, acabado por su hijo Pere Domènech i Roura) y el Palacio de la Música Catalana (1905-1908), ambas declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1997. El primero es un vasto complejo hospitalario heredero del antiguo Hospital de la Santa Cruz, que ocupa nueve manzanas del Ensanche, con un conjunto de cuarenta y seis pabellones dispuestos en paralelo y diagonal según la distribución en el recinto para tener la óptima orientación solar. Son pabellones autónomos separados por espacios intersticiales, aunque conectados por galerías subterráneas, de los que destacan el pabellón de administración, la sala de actos, la biblioteca, la secretaría, la iglesia y la sala de convalecencia.[138]​ En esta obra cobran especial relevancia las artes aplicadas, como la escultura —con obras de Eusebi Arnau y Pablo Gargallo—, el mosaico, el azulejo y las vidrieras.[139]

El Palacio de la Música Catalana es un edificio articulado alrededor de la gran sala central, de forma oval y con capacidad para dos mil espectadores. En su interior presenta tres cuerpos, el acceso, el auditorio y el escenario, con una fastuosa decoración con revestimientos de cerámica y una gran claraboya central que cubre la sala, hecha de cristales de colores, además de diversas esculturas de Eusebi Arnau y Pablo Gargallo. La fachada principal cubre el chaflán de las calles Amadeu Vives y Sant Pere més Alt, con grandes arcos de acceso y un balcón que circunda toda la fachada, con columnas recubiertas de cerámica y rematado por una cúpula de mosaico, donde destaca el grupo escultórico de La canción popular, de Miguel Blay.[140]

Casa Lleó Morera (1905), Barcelona

Cabe destacar también la casa Lleó Morera (1905), una reforma de un edificio construido en 1864, cuya situación en un chaflán determinó el protagonismo de la esquina, donde se sitúa la tribuna principal y se remata verticalmente con un templete; cada planta tiene un diseño distinto, donde destaca el trabajo ornamental —con esculturas de Eusebi Arnau—, mutilado parcialmente en una reforma de la planta baja realizada en 1943.[141]​ El interior estaba profusamente decorado con esculturas de Eusebi Arnau, vidrieras de Antoni Rigalt, mobiliario de Gaspar Homar y otros elementos.[142]

Otras obras suyas son: la Editorial Montaner y Simón (actual Fundación Antoni Tàpies, 1881-1886), el restaurante de la Exposición Universal de 1888 (conocido como Castillo de los Tres Dragones y actual Museo de Zoología), el efímero Hotel Internacional para la misma exposición, la casa Thomas (1895-1898), la casa Lamadrid (1902), el Hotel España (1903) y la casa Fuster (1908-1911).[143]​ En Reus —considerada la segunda capital modernista después de Barcelona—[144]​ construyó la casa Navàs (1901), un palacete de inspiración veneciana, con un excelente mobiliario de Gaspar Homar, así como las casas Rull (1900) y Gasull (1911), adyacentes en la calle de San Juan; asimismo, fue autor de los pabellones del Instituto Pedro Mata (1899-1919), en las afueras de la ciudad.[144]​ Otra obra suya en tierras tarragonesas fue la Bodega Cooperativa de Espluga de Francolí (1913-1914).[145]​ También dejó varias obras en Canet de Mar, de donde procedía su familia materna, como el Ateneo Catalanista (1885-1887), la casa Roura (1889-1892), la reforma del castillo de Santa Florentina (1898-1909) y la casa Domènech (1908-1910, actual Museo Domènech i Montaner).[143]​ En Olot fue autor de la casa Solà-Morales (1913-1916).[146]

Su hijo, Pere Domènech i Roura, aunó en sus inicios el modernismo con un incipiente novecentismo, como se denota en la casa Marco en Reus (1926). Colaboró en algunas obras de su padre, como la Bodega Cooperativa de Espluga de Francolí, el Hospital de San Pablo y el Instituto Pedro Mata.[147]

Antoni Gaudí

Casa Vicens (1883-1888), Barcelona

Uno de los máximos representantes del modernismo catalán fue Antoni Gaudí, un arquitecto con un sentido innato de la geometría y el volumen, así como una gran capacidad imaginativa que le permitía proyectar mentalmente la mayoría de sus obras antes de pasarlas a planos. Dotado de una fuerte intuición y capacidad creativa, Gaudí concebía sus edificios de una forma global atendiendo tanto a las soluciones estructurales como a las funcionales y decorativas, integrando igualmente los trabajos artesanales, e introdujo nuevas técnicas en el tratamiento de los materiales, como su famoso trencadís, hecho con piezas de cerámica de desecho. Después de unos inicios influenciado por el arte neogótico, así como ciertas tendencias orientalizantes, Gaudí desembocó en el modernismo en su época de mayor efervescencia, aunque fue más allá del modernismo ortodoxo, creando un estilo personal basado en la observación de la naturaleza, fruto del cual fue su utilización de formas geométricas regladas, como el paraboloide hiperbólico, el hiperboloide, el helicoide y el conoide.[148]

Torre Bellesguard (1900-1909), Barcelona

Sus primeras realizaciones, tanto durante su etapa de estudiante como las primeras ejecutadas al obtener el título, destacan por la gran precisión de los detalles, la utilización de la geometría superior y la preponderancia de las consideraciones mecánicas en el cálculo de estructuras.[149]​ De esta época destacan las farolas de la plaza Real (1878) y la Cooperativa Obrera Mataronense (1878-1882), así como el inicio de las obras de la que sería su obra magna, el Templo Expiatorio de la Sagrada Familia (1883).[150]

Parque Güell (1900-1914), Barcelona

Posteriormente pasó por una etapa orientalista, con una serie de obras de marcado gusto oriental, inspiradas en el arte del Próximo y Lejano Oriente, así como en el arte islámico hispánico, principalmente el mudéjar y nazarí. Emplea con gran profusión la decoración en azulejo cerámico, así como los arcos mitrales, cartelas de ladrillo visto y remates en forma de templete o cúpula.[151]​ Sus principales realizaciones en este período son: la casa Vicens (1883-1888), El Capricho de Comillas (1883-1885), los pabellones Güell (1884-1887), el palacio Güell (1886-1888) y el pabellón de la Compañía Trasatlántica para la Exposición Universal de 1888. La casa para el corredor de bolsa Manuel Vicens fue su primera obra importante, una casa de tres fachadas y un amplio jardín, con una fuente monumental de ladrillo y un muro de cerca con una reja de hierro colado decorada con hojas de palmito, uno de sus diseños más icónicos; la casa se remata con chimeneas y unas torres en forma de templetes.[152]​ El palacio Güell fue el primer encargo de relevancia de su mecenas, Eusebio Güell, para el que diseñó una casa con entrada monumental con unas magníficas puertas de arcos parabólicos y rejas caladas de hierro forjado; en el interior destaca el recibidor, que tiene una altura de tres plantas y forma el núcleo central del edificio, con una cubierta con doble cúpula de perfil paraboloide en el interior y cónico en el exterior.[153]

Casa Batlló (1904-1906), Barcelona

A continuación pasó por un período neogótico, en que se inspiró sobre todo en el arte gótico medieval, el cual asumió de forma libre, personal, intentando mejorar sus soluciones estructurales; en sus obras elimina la necesidad de contrafuertes mediante el empleo de superficies regladas y suprime cresterías y calados excesivos.[154]​ En este estilo cabría citar el colegio de las Teresianas (1888-1889), el Palacio Episcopal de Astorga (1889-1915), la casa Botines en León (1891-1894), las Bodegas Güell en Garraf (1895-1897) y la torre Bellesguard (1900-1909). Esta última se construyó sobre las ruinas de un antiguo palacio de veraneo del rey Martín I el Humano, con un edificio es de planta cuadrada con los vértices orientados a los cuatro puntos cardinales, rematado por una torre troncocónica coronada con la cruz de cuatro brazos.[155]

Casa Milà (1906-1910), Barcelona

En el cambio de siglo desembocó finalmente en su etapa naturalista, en la que perfeccionó su estilo personal, inspirándose en las formas orgánicas de la naturaleza y poniendo en práctica toda una serie de nuevas soluciones estructurales originadas en los profundos análisis efectuados por Gaudí de la geometría reglada. Partiendo de cierto barroquismo, sus obras adquirieron gran riqueza estructural, de formas y volúmenes desprovistos de rigidez racionalista o de cualquier premisa clásica.[156]​ Entre las obras de este período se encuentran: la casa Calvet (1898-1899), el portal Miralles (1900-1902), el parque Güell (1900-1914), la restauración de la Catedral de Mallorca (1903-1914), la casa Batlló (1904-1906), el chalet de Catllaràs (1905) y los jardines de Can Artigas en La Pobla de Lillet (1905-1907), la casa Milà (1906-1910) y la cripta de la Colonia Güell en Santa Coloma de Cervelló (1908-1918). El parque Güell fue un proyecto fallido de urbanización para Eusebio Güell, del que solo se construyeron dos casas, pero el arquitecto realizó en el recinto de entrada un conjunto de pabellones de portería y una escalinata que conduce a una sala hipóstila y una plaza en forma de teatro griego de gran ingenio creativo.[157]​ La casa Batlló es muestra de su fértil imaginación, con una fachada de piedra arenisca tallada según superficies regladas en forma alabeada, con columnas de forma ósea y representaciones vegetales; remata la fachada una bóveda formada por arcos catenarios recubierta con cerámica vidriada en forma de dragón.[158]​ La casa Milà o «la Pedrera» presenta una fachada realizada en piedra calcárea, salvo la parte superior cubierta de azulejos blancos; en la azotea destacan las salidas de escalera, rematadas con la cruz gaudiniana de cuatro brazos, así como las chimeneas, recubiertas de cerámica con unas formas que sugieren yelmos de soldados.[159]

En los últimos años de su carrera, dedicados casi en exclusiva a la Sagrada Familia, Gaudí llegó a la culminación de su estilo naturalista: después de la realización de la cripta y el ábside, todavía en estilo neogótico, el resto del templo lo concibió en un estilo orgánico, imitando las formas de la naturaleza, donde abundan las formas geométricas regladas. El templo tiene planta de cruz latina, de cinco naves centrales y transepto de tres naves, con un ábside con siete capillas y con tres fachadas dedicadas al Nacimiento, Pasión y Gloria de Jesús, así como dieciocho torres. El interior semeja un bosque, con un conjunto de columnas arborescentes inclinadas, de forma helicoidal, creando una estructura a la vez simple y resistente.[160]

Siete de las obras de Gaudí han sido declaradas por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad: en 1984 el parque Güell, el palacio Güell y la casa Milà;[161]​ y, en 2005, la fachada del Nacimiento, la cripta y el ábside de la Sagrada Familia, la casa Vicens, la casa Batlló y la cripta de la Colonia Güell.[162]

Discípulos de Gaudí

Casa-Museo Gaudí (1905), de Francisco Berenguer, Barcelona

Sin crear una escuela propiamente dicha, Gaudí dejó varios discípulos que siguieron sus huellas en mayor o menor medida. En primer lugar hay que citar a Francisco Berenguer, que fue su mano derecha hasta su prematuro fallecimiento. Era un maestro de obras que no obtuvo el título de arquitecto, por lo que sus proyectos fueron firmados por otros artífices, entre ellos Miquel Pascual, arquitecto municipal de Gracia, del que también fue ayudante, por eso numerosas obras suyas se encuentran en Gracia. Fue autor, entre otras obras, del mercado de la Libertad (1888-1893), el Real Santuario de San José de la Montaña (1895-1902), la casa Burés (1900-1905), el Centro Moral de Gracia (1904), el Ayuntamiento de Gracia (1905), la Casa-Museo Gaudí del parque Güell (1905), la casa Cama (1905) y la casa Rubinat (1909).[163]

Otro colaborador fue Juan Rubió, un arquitecto prolífico que practicó inicialmente un eclecticismo goticista, con uso intensivo del aparejo de ladrillo y minuciosidad en el diseño,[164]​ pero, tras ser nombrado arquitecto de la Diputación de Barcelona, pasó a un clasicismo barroquizante, aunque siempre con pervivencia gaudiniana.[165]​ Entre sus obras destacan en Barcelona: la casa Golferichs (1900-1901), la casa Alemany (1900-1901), la casa Roviralta o Frare Blanc (1903-1913), la casa Fornells (1903), la casa Pomar (1904-1906), la casa Casacoberta (1907), la casa Manuel Dolcet (1907), la casa Rialp (1908) y la casa Roig (1915-1918).[166]​ En Reus, su ciudad natal, fue autor de los Laboratorios Serra (1911-1912) y la casa Serra o Cuadrada (1924-1926),[144]​ así como el Dispensario Antituberculoso (1926).[167]​ Participó también en la creación de la Colonia Güell en Santa Coloma de Cervelló, donde construyó la Cooperativa (con Francisco Berenguer, 1900) y diversas casas particulares, como Ca l'Ordal (1894) y Ca l'Espinal (1900).[166][168]​ Otras obras fuera de la capital catalana fueron: la casa Delgado en Gélida (1910),[169]​ la iglesia de San Miguel de la Roqueta (1912)[170]​ y la casa del Dr. Bonada en Ripoll (1912-1914),[171]​ el Hospital de Campdevànol (1917), la casa Vilella en Sitges (1919),[170]​ la reforma de la capilla y la masía de Sant Pere de Clarà en Argentona (1920), la casa Fontana en Rupit (1922),[171]​ la iglesia de Raimat (1916-1918) y las Bodegas Raventós en la misma población (1924-1925),[170]​ la casa Trinxet (1923-1925)[172]​ y la casa Puigdomènech en San Felíu de Codinas (1912),[173]​ el asilo del Santo Cristo en Igualada (1931-1946)[170]​ y la iglesia del Carmen en Manresa (1940-1952).[171]

Casa Golferichs (1900-1901), de Juan Rubió, Barcelona

Quizá el más dotado fue Josep Maria Jujol, quien trabajó con Gaudí entre 1907 y 1914, época en la que ya mostró una fuerte personalidad y genio creativo. Desarrolló un estilo heterodoxo, en el que mezclaba el misticismo católico con un sentido de la decoración casi surrealista, con gusto por la caligrafía, las imágenes orgánicas —cercanas a la obra de Joan Miró— y la mixtificación de técnicas y materiales, a veces cercano al collage.[174]​ De sus obras en Barcelona destaca la casa Planells (1923-1924), donde muestra cierta influencia del expresionismo alemán y del organicismo practicado en la época por Frank Lloyd Wright.[175]​ Otras obras suyas en la Ciudad Condal son: la finca Sansalvador (1909-1910), la casa Queralt (1916-1917) y los talleres Manyach (actualmente Escuela Josep Maria Jujol, 1916-1922). Realizó diversas obras en San Juan Despí, donde fue arquitecto municipal entre 1926 y 1949, entre las que destacan la Torre de la Creu (1913), la Masía de Can Negre (1915-1930) y la casa Serra-Xaus (1921-1927).[176]​ En Tarragona proyectó el Teatro Metropol (1908) y la casa Ximenis (1914), mientras que, dentro de su provincia, realizó la casa Bofarull en Els Pallaresos (1914), la iglesia del Sagrado Corazón en Vistabella (1918) y el santuario de la Virgen de Montserrat en Montferri (1926), ambas obras de clara reminiscencia gaudiniana en la utilización de arcos parabólicos.[177]​ En la posguerra pasó a un academicismo antivanguardista de inspiración franciscana muy alejado de sus obras iniciales.[178]

Casa Planells (1923-1924), de Josep Maria Jujol, Barcelona

Domingo Sugrañes fue el sucesor de Berenguer como mano derecha de Gaudí; por otro lado, tras la muerte de su maestro, fue el nuevo director de las obras de la Sagrada Familia, siendo el encargado de finalizar la fachada del Nacimiento.[179]​ En 1915-1916 colaboró con Ignasi Mas i Morell en la plaza de toros Monumental de Barcelona, ampliación de la obra original de Manuel Raspall, a la que añadieron la fachada de estilo neomudéjar.[180]​ En Barcelona construyó diversos edificios de viviendas, entre los que destacan la casa Miralles (1901) y la casa Sivatte (1914).[181]​ También fue autor del Casino Unión Cardonense en Cardona (1916)[182]​ y la casa Pellicer (1919) y el Mas Llevat (1924-1925) en Reus.[183]​ A partir de los años 1920 se acercó más al novecentismo.[184]

Cèsar Martinell fue uno de los jóvenes estudiantes que frecuentaban el taller de Gaudí, cuyas enseñanzas aplicó en su obra, especialmente en un conjunto de bodegas cooperativas construidas entre 1918 y 1922, que fueron declaradas en 2002 Bien cultural de interés nacional: Cornudella de Montsant y Falset en la comarca de El Priorato; Nulles en la comarca del Alto Campo; Barbará y Rocafort de Queralt en la comarca de la Cuenca de Barberá; Gandesa y Pinell de Bray en la Tierra Alta; y San Guim de Freixanet y Cervera en la comarca de La Segarra.[185]​ Conocidas como las «catedrales del vino», estas bodegas reflejan claramente la influencia gaudiniana en el uso de arcos parabólicos y de la bóveda catalana.[186]​ Fue autor también de la Federación Obrera de Molins de Rey (1918),[187]​ la casa Can Vivas en Valls, la casa de la Feligresa en Ulldecona (1919-1921) y la casa del Dr. Domingo en Alcover.[188]

Otro de estos jóvenes estudiantes fue Joan Bergós, autor de algunas obras de influencia gaudiniana en su juventud, si bien posteriormente se enmarcó en un novecentismo de tendencia brunelleschiana. Entre estas obras se encuentran: el altar del Sacramento de la iglesia de San Lorenzo en Lérida (1919); el altar-baldaquino de la Catedral Nueva de Lérida (1924-1925, destruido en 1936) y la casa del barón de Alpicat en la misma ciudad (1921); y la ermita de San Antonio en Seo de Urgel (1924).[189]

José Canaleta evolucionó desde el modernismo hacia el novecentismo. Realizó diversos proyectos en Barcelona, Cornellá de Llobregat y Castelldefels. En Vic construyó diversos edificios, como la casa Fortuny (1910) y la casa Vilaró (1910). Fue autor del Teatro de la Cooperativa en Roda de Ter (1915).[190]

Jaume Bayó fue autor de la casa Baurier en Barcelona (1910) y la casa Grau en Moncada y Reixach (1903), donde conjugó la influencia gaudiniana con la vienesa.[191]

Josep Puig i Cadafalch

Casa Amatller (1898-1900), Barcelona

Josep Puig i Cadafalch adaptó el modernismo a ciertas influencias del gótico nórdico y flamenco, así como elementos de la arquitectura catalana rural tradicional, con fuerte presencia de artes aplicadas y estucos.[192]​ Discípulo de Domènech i Montaner, fue arquitecto, arqueólogo, historiador, profesor y político.[193]​ Fue presidente de la Mancomunidad de Cataluña (1917-1924), cargo desde el que impulsó la creación de diversas escuelas profesionales (Enfermería, Comercio, Industrias Textiles), entidades científicas (Instituto de Estudios Catalanes) y culturales (Museo Nacional de Arte de Cataluña, Biblioteca de Cataluña).[194]

Casa Macaya (1899-1901), Barcelona

Pasó por diversas etapas: en los años 1890 un cierto germanismo flamígero, que Alexandre Cirici denominó «época rosa» (casa Martí o Els Quatre Gats, 1895-1896; casa Amatller, 1898-1900; casa Macaya, 1899-1901; palacio del Barón de Quadras, 1899-1906; casa Terrades o de les Punxes, 1903-1905); en los años 1900 un estilo mediterraneísta o «época blanca» (casa Trinxet, 1902-1904; Can Serra, sede de la Diputación de Barcelona, 1903-1908; casa Sastre Marquès, 1905; casa Muntadas, 1910; casa Pere Company, 1911); y, desde los años 1910, un clasicismo de influencia secesionista que desembocaría en el novecentismo, su «época amarilla» (casa Muley-Afid, 1911-1914; fábrica Casaramona, actual Caixa Fòrum, 1915-1939; casa Rosa Alemany, 1928-1930), con influencia de la Escuela de Chicago (casa Pich i Pon, 1919-1921) y con derivación hacia un cierto barroquismo monumentalista (palacios de Alfonso XIII y Victoria Eugenia, 1923).[195]

Casa Terrades o de les Punxes (1903-1905), Barcelona

Entre estas realizaciones conviene destacar la casa Amatller y la casa Terrades. La primera presenta una fachada de aspecto neogótico, con tres partes diferenciadas: un basamento de piedra con dos puertas en el lado izquierdo, creando un efecto asimétrico; un cuerpo central de paredes esgrafiadas y ornamentación de motivos florales, con una tribuna superior que recuerda a la de la capilla de San Jorge del Palacio de la Generalidad; y un remate en forma de gablete escalonado de cerámica roja y dorada, con posible influencia de la arquitectura tradicional de los Países Bajos.[196]​ La casa Terrades ocupa una manzana entera del Ensanche, con un trazado irregular: presenta seis fachadas inspiradas en la arquitectura gótica nórdica y en el plateresco español, rematadas por hastiales, algunos truncados por unos plafones cerámicos con imágenes de estilo prerrafaelita, y flanqueadas por seis torres circulares coronadas con chapiteles cónicos terminados en aguja, que dan al edificio su sobrenombre; está construida en obra vista, con ornamentación escultórica de piedra y cerámica vidriada, y elementos de forja.[197]

En Mataró, su ciudad natal, fue autor de la casa Parera (1894), la casa de Beneficencia (1894), la casa Coll i Regàs (1898) y la casa Puig i Cadafalch (1897-1905).[198]​ En Argentona, una localidad cercana, fue artífice de la casa Garí (1898), un edificio a medio camino entre una masía y un palacio, de aire medievalista, con una profusa decoración tanto interior como exterior, como se denota en la tribuna-porche de entrada.[199]​ Entre 1901 y 1904 construyó los edificios de Cavas Codorniu en San Sadurní de Noya, que denotan la influencia gaudiniana en el uso de arcos parabólicos.[186]

Véase también

Placa al ganador del Concurso anual de edificios artísticos del año 1903: edificio de La Caixa de la plaza de San Jaime (Barcelona), obra de Augusto Font Carreras

Notas

  1. Término introducido por Francesc Fontbona en La crisis del modernismo artístico (1975).[2]​ No confundir con el arte posmoderno —o arte propio de la posmodernidad— de los siglos xx y xxi.[3]
  2. El historiador Josep Fontana (La formació d'una identitat, 2014) opina en cambio que la revitalización del catalán no provino de la Renaixença ni los Juegos Florales, cuyos escritores eran en su mayoría castellanohablantes y miembros de la burguesía que solo hablaban catalán con el servicio doméstico y que escribían en catalán solamente como ejercicio retórico, un catalán además de tipo arcaizante, que no era el hablado en su tiempo por la gente corriente. En cambio, señala como agentes popularizadores del catalán a dramaturgos autores de obras populares como Serafí Pitarra, los coros de Anselmo Clavé o revistas como Un tros de paper, Lo Noy de la mare o La Campana de Gracia.[22]
  3. El modernismo recibió numerosos otros nombres, casi todos ellos relacionados con su gusto por la curva: paling stijl (estilo anguila), style nouille (estilo tenia), wellenstil (estilo ondulante), gereizter Regenwurm (estilo lombriz erguida), style coup de fouet (estilo golpe de látigo), style fumée de cigarette (estilo humo de cigarro) o stile floreale (estilo floral).[29]
  4. En tal sentido, Josep Francesc Ràfols comentó en una ocasión que «son tan distintas las personalidades que en esta corriente desembocan que nada o casi nada de aglutinante podemos descubrir a menudo entre ellas; por lo cual, más que tratar del modernismo como supuesta escuela o tendencia, departiremos de los modernistas, fracciones de una abigarrada suma que al matemático más sagaz le fuera difícil poderlas reducir a común denominador, ya que a veces incluso unas con otras se contradicen».[73]​ Igualmente, Pedro Navascués señala que «si hubiera que justificar la coherencia de este modernisme catalán diría que este no reside tanto en el arte y la arquitectura como en el ambiente cultural que baña Barcelona y respiran sus gentes, especialmente una burguesía adinerada, vinculada al comercio y la industria, que se reconoce en el modernismo como sus padres y abuelos lo hicieron en el mejor eclecticismo».[73]
  5. Por su artículo En busca de una arquitectura nacional, publicado en 1879 en la revista La Renaixença.[135]

Referencias

  1. Fontbona et al., 2003, p. 11.
  2. Fontbona et al., 2003, p. 46.
  3. El llibre d'or de l'art català, pp. 171-172.
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