Revoluciones de colores es el nombre colectivo que han recibido una serie de movilizaciones políticas en el espacio exsoviético llevadas a cabo contra líderes considerados por Occidente como autoritarios, ejercer prácticas dictatoriales o de amañar las elecciones mediante la corrupción política. En ellas, los manifestantes suelen adoptar como símbolo un color específico que da nombre a su movilización. Este fenómeno supuestamente surgido en Europa Oriental, de acuerdo a Occidente, también tuvo posterior repercusión en Oriente Próximo.
Estas protestas tienen en común el recurso a la acción directano violenta, según sus simpatizantes, y un marcado discurso prooccidental, además de, según sus defensores, democratizador y liberal.[1] Otra semejanza es el importante papel jugado por las ONG y las organizaciones estudiantiles. El triunfo de cada uno de estos movimientos ha sido variado, pero su eco se ha hecho sentir en todo el espacio exsoviético, donde dirigentes como Vladímir Putin en Rusia o Alexander Lukashenko en Bielorrusia han tomado medidas preventivas para impedir nuevas revoluciones. [2]
El alcance y significado de estas revoluciones es aún debatido, como el papel jugado por actores externos; principalmente Estados Unidos, la Agencia Central de Inteligencia (CIA), la Open Society Foundations, la USAID o el National Endowment for Democracy. El objetivo de estos movimientos sería propiciar cambios en estos países, tradicionalmente parte de la zona de influencia de la actual Rusia, herencia de la Unión Soviética, para que pasen a formar parte del bloque occidental (formado por los Estados Unidos y sus aliados), como ha sucedido en algunos de estos casos. Sin embargo, los que apoyan dichos movimientos los presentan como puramente autóctonos o incluso nacionalistas, pero sus detractores los acusan de estar manipulados y maximizan la importancia de los agentes externos.[1]