La utilización de la expresión progresista para designar explícitamente a una facción o partido político, es original de Salustiano Olózaga en 1836; y, al igual que había ocurrido con la expresión liberal, se extendió desde España al vocabulario político del resto del mundo.[1] Se habla de liberalismo progresista en contraposición del liberalismo clásico o conservador. También es conocido en el mundo de habla romance como liberalismo radical (o radicalismo); en el mundo Anglo-sajón como social liberalismo,; y en América, liberalismo demócrata o liberalismo moderno.
Durante el reinado de Isabel II de España las denominaciones políticas dentro de los liberales fueron las de moderados y progresistas (Partido Moderado frente al Partido Progresista); los liberales progresistas alcanzaron el gobierno en determinadas coyunturas (pronunciamientos militares) que obligaban a la reina regente o a la propia reina, cuando fue declarada mayor de edad; pues ambas preferían gobiernos de signo moderado. Tales coyunturas se produjeron en repetidas ocasiones, pero durante breves periodos: con el motín de los sargentos de La Granja (1836), con la expulsión de la regente que llevó a la regencia de Espartero (1840–1843), y con el denominado bienio progresista (1854-1856).[3]
La revolución de 1868 (encabezada por militares progresistas: Prim, Serrano y Topete) expulsó a la reina y llevó al poder a una coalición inestable de partidos, entre los que la rama principal del liberalismo progresista convivía con escisiones surgidas a su izquierda: los demócratas y los republicanos y con la Unión Liberal (un partido ecléctico entre las posiciones progresista y moderada). Durante el sexenio revolucionario (1868-1874) se experimentaron distintas formas de Estado y de gobierno, en un clima de gran inestabilidad institucional.[4]
Ya en el siglo XX, la utilización de la etiqueta "progresista" deja de tener un valor identifcativo claro, pues puede aplicarse tanto a los liberales dinásticos en el gobierno, de políticas sociales más o menos avanzadas, como José Canalejas, como a los partidarios de muy distintas formas de regeneracionismo desde los partidos no dinásticos, incluidos los republicanos, que alcanzaron el poder en 1931. La Agrupación al Servicio de la República contó con un notable grupo de intelectuales que se pueden identificar con el liberalismo progresista, como José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón, Justino de Azcárate o Ramón Pérez de Ayala.
En la dictadura de Franco la propia palabra "liberal" era utilizada como peyorativo para denigrar cualquier actividad política opositora, junto a expresiones del tipo "conspiración judeo-masónica" o "contubernio de Múnich" (esta última iniciativa desarrollada por Salvador de Madariaga, fundador del Colegio de Europa y la Internacional Liberal y con varias responsabilidades en los gobiernos de Alejandro Lerroux durante la etapa republicana).
En cuanto a la palabra "progresista", y especialmente su apócope "progre", se utilizaba en los últimos años del franquismo con unas connotaciones muy distintas, especialmente en el ámbito opositor juvenil.[7]
↑Para toda la sección Miguel ArtolaLa burguesía revolucionaria (1808-1874), Alianza, 1973 y Miguel Martínez Cuadrado, La burguesía conservadora (1874-1931), ídem.