En Ad regum Aragonum depictas efigies in diputationis aula positas inscriptiones (publicada en Zaragoza, 1587) se editan los epígrafes en latín de la galería de retratos de los condes y reyes de Aragón destinada a decorar el salón real de la Diputación del General del Reino. En estas inscripciones se recogían brevemente las biografías de dichos reyes y condes. El mismo año dio a la imprenta en Fastos de los justicias de Aragón hasta Juan de Lanuza IV las notas latinas al pie de los retratos de los Justicias ubicados en la cámara del consejo del justiciazgo.
Con todo, su obra capital es Aragonensium rerum commentarii (Comentarios acerca de Aragón), obra publicada en Zaragoza por Lorenzo y Diego Robles en 1588. En ella explica el origen histórico de la institución aragonesa del Justicia que se completa con la relación de los hechos de casi medio centenar de Justicias, que van de Pedro Jiménez a Juan de Lanuza IV. Gran difusión tuvo Coronaciones de los reyes y reinas de Aragón, que escribió en 1583 aunque no fue impresa hasta 1641. Se trata de la crónica de las coronaciones de los reyes desde Pedro II el Católico. En Modos de proceder en Cortes de Aragón, que data de 1585 y se publicó también en 1641, analiza las Cortes aragonesas. Redactó además un Sumario y reasumario de las Cortes, útil para acceder al contenido de las actas de Cortes que no se conservan.
Escribió también tratados genealógicos sobre algunas de las familias más importantes de la nobleza aragonesa, como la de los Lanuza o los Biota. En la misma línea se encuentra su libro de Linajes del reino de Aragón.
Editó y comentó algunas importantes obras históricas, entre las que destacan la Crónica de Ramón Muntaner, la Historia de las alteraciones de Cataluña, la Crónica de Marfilo, el Itinerario de Antonino Pío y muchas otras.
En el Tratado de la venida del apóstol Santiago, escrito en latín, comenta la leyenda de la presencia de Santiago el Mayor en la Península. De carácter secular son obras como la que relaciona noticias acerca de los eclesiásticos de la diócesis de Zaragoza.
Sin el método riguroso de cotejo de fuentes y críticas de estas de su antecesor Zurita, sin embargo el estilo de su prosa destacó por su elegancia, aspecto en el que aventajó a Zurita, cuya prosa aparece por momentos deshilvanada, quizá debido al escrupuloso respeto por las fuentes de diverso origen con que compuso su obra historiográfica. Así pues, Jerónimo Blancas admitió a menudo explicaciones legendarias acerca de los orígenes del reino y condados de Aragón.
También se debe a Jerónimo Blancas un registro de vocablos de la lengua aragonesa, inusual en la Edad Moderna, que se incluyen en un glosario anejo a sus Coronaciones de los reyes de Aragón, fundamentalmente del ámbito de las instituciones y la corte aunque también aparecen algunas expresiones de la lengua coloquial. Por otra parte, en los Aragonensium rerum comentarii recoge un parlamento del rey Martín I escrito en aragonés, con motivo de su presentación ante las Cortes de Aragón en 1398 en La Seo ante los brazos de las cortes aragonesas, así como la respuesta, con rasgos lingüísticos aragoneses y catalanes del obispo de la catedral zaragozana.
Pedro IV vivió dos siglos después del testimonio más antiguo de los palos (la impronta del sello de Ramón Berenguer IV de 1150) y la suya es una mera opinión, sin el menor valor probatorio. La cautela resulta obligada si se tienen en cuenta las limitaciones del aparato historiográfico medieval, que en este caso quedan patentes al leer las indicaciones del rey al escultor sobre el vestido antiguo que debía lucir la estatua yacente de su antepasado, pues ni remotamente se aproxima a la indumentaria del siglo XI d. C..
En este sentido, hay que prevenir igualmente contra el uso, anacrónico y abusivo, del criterio de autoridad empleado por Udina (1949 y 1988 [Federico Udina Martorell (1949): «En torno a la leyenda de las "barras catalanas"», Hispania, vol. IX, pp. 531-65 e idem (1988): «Problemática acerca del escudo de los palos de gules», I Seminario sobre heráldica y genealogía, Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», pp. 45-68.]) y por Fluvià (1994 [Armand de Fluvià i Escorsa (1994): Els quatre pals: L'escut dels comtes de Barcelona, Barcelona, Rafael Dalmau (Episodis de la Història, 300).]) al citar a historiadores aragoneses que desde el siglo XVI d. C. han afirmado que los palos fueron traídos al reino de Aragón por Ramón Berenguer IV, desplazando así a las que serían armas propias del mismo, la cruz de Alcoraz, es decir, la de San Jorge cantonada de cuatro cabezas de moro. Tales autores no hacen más que recoger las creencias usuales de su época y carecen de validez. Máxime cuando está comprobado que la llamada cruz de Alcoraz es en realidad una innovación de Pedro III y no se documenta hasta 1281.