Industrias y andanzas de Alfanhuí es una novela de género picaresco del escritor español Rafael Sánchez Ferlosio,[1] publicada en 1951, cuatro años antes que El Jarama.[2][3][4]
Alfanhuí es en esencia el relato del mítico rito de iniciación del niño al hombre,[5] una narración que supuso cierta sorpresa en el panorama de la novela española de posguerra,[6] no solo por «la pulcritud de su estilo y por el interés del argumento», sino muy especialmente por lo que tuvo de intento de recuperación del género picaresco español. «Historia castellana y llena de mentiras verdaderas» (como anuncia su dedicatoria), Alfanhuí ha quedado inscrito como el primer relato español dentro del realismo mágico.[7]
Alfanhuí, un muchacho curioso, valiente y pícaro,[8] parte un día de su casa en Alcalá de Henares, con rumbo incierto y la lejana meta de la casa de su abuela. El viaje, real, literario y mágico que hace desde Guadalajara, cruzando la sierra de Gredos hasta Moraleja, y posteriormente a Palencia, llevará a Alfanhuí a conocer al resto de los personajes de esta road movie surrealista:[9] el maestro taxidermista, el gallo de la veleta, el gigante del bosque rojo, la charlatana doña Tere y la marioneta don Zana; además de su propia abuela y otros personajes de un mundo al mismo tiempo fantástico y cotidiano:
El agua de aquel río se manchó y lo iba madurando todo, hasta pudrirlo. Bebió una yegua preñada y se volvió toda blanca y transparente, porque la sangre y los colores se le iban al feto, que se veía vivísimo en su vientre, como dentro de un fanal. La yegua se tendió sobre el verde y abortó. Luego volvió a levantarse y se marchó lentamente. Era toda como de vidrio, con el esqueleto blanco. El aborto, volcado sobre la hierba menuda, tenía los colores fortísimos y estaba envuelto en una bolsa de agua, rameada de venillas verdes y rojas que terminaba en un cordón amoratado por cuya punta iba saliendo el líquido lentamente. El caballito estaba hecho del todo. Tenía el pelo marrón rojizo y la cabezota grande, con los ojos fuera de las órbitas y las pestañas nacidas; el vientre hinchado y las cañas finísimas, que terminaban en unos cascos de cartílago, blando todavía; las crines y la cola flotaban ondulando por el líquido mucoso de la bolsa, que era como agua de almíbar. El caballito estaba allí como en una pecera y se movía vagamente. El gallo de la veleta rasgó la bolsa con su pico y toda el agua se derramó por la hierba. El potro, que tendría el tamaño de un gato, fue despertando poco a poco, como si se desperezara, y se levantó. Sus colores eran densos y vivos, como no se habían visto nunca; todo el color de la yegua se había recogido en aquel cuerpo pequeñito. El potrillo dio una espantada y salió en busca de su madre. La yegua se tendió para que mamara. Blanqueaba la leche en sus ubres de cristal.[10]
Catalogado por Cela como «un libro sin edad», y eclipsado precisamente por la publicación de La colmena, cierto sector de la crítica ha llegado a reconocer que Alfanhuí fue el libro «cenicienta» de Ferlosio.[11] Y sin embargo, la riqueza de este libro-cuento-tratado le llevaría a ser estudiado como un extraño ejemplo de pluralidad literaria: novela picaresca, anatomía social de la España rural y provinciana en el ecuador del siglo XX, itinerario español de la «commedia dell'arte» (como lo definió Juan Benet) o bello paradigma de la prosopopeya: narración en que los objetos inanimados cobran vida.[12] En las páginas de Alfanhuí, como en algunos cuentos de los hermanos Grimm, Andersen o de las mil y una noches, cualquier objeto, por modesto o absurdo que parezca puede hablar, sentir, razonar, moverse o transmitir «provechosa enseñanza», siguiendo el mejor estilo cervantino.[13]