En 1714 murió la reina Ana. El abuelo de Carolina se convirtió en rey con el nombre de Jorge I y su padre pasó a ser príncipe de Gales. A la edad de un año, Carolina acompañó a su madre y sus hermanas mayores, las princesas Ana y Amelia de Gran Bretaña al Reino de Gran Bretaña, donde la familia se instaló en el palacio de St. James, en Londres. Una lista de enero–febrero de 1728 documenta sus gastos personales, entre otros, sus donaciones a varios grupos protestantes de Londres.[3]
Carolina era la favorita de su madre[5] y se hizo conocida como «la sincera Carolina». Cuando se producía un desacuerdo entre los niños de la familia real, se preguntaba a Carolina para saber la verdad de lo sucedido.[6] Según el escritor John Doran, «Carolina Isabel, la amante de la verdad, gozaba del amor sin reservas de sus padres, y merecía este afecto, devuelto con un vehemente apego. Era justa, buena, cumplidora e infeliz».
Vida adulta
Según la creencia popular, la infelicidad de Carolina se debía a su amor por un cortesano casado, el barón John Hervey. Hervey, que era bisexual, podría haber tenido una aventura con el hermano mayor de Carolina, Federico, príncipe de Gales, y también tenía relaciones románticas con varias damas de la corte. Cuando Hervey murió en 1743, Carolina se retiró al palacio de St. James, y ahí pasó varios años hasta su muerte, recibiendo solo a su familia y a sus amigos más íntimos.[7] En estos años se mostró muy generosa en sus donaciones caritativas.[7]
La princesa Carolina murió, soltera y sin hijos, el 28 de diciembre de 1757 a los 44 años, en el palacio de St. James. Fue enterrada en la abadía de Westminster.
Sobre su muerte, el escritor Horace Walpole, conde de Oxford, escribió: «Aunque el estado de su salud había sido tan malo durante años, y su confinamiento fue absoluto durante muchos de ellos, su trastorno fue, de alguna manera, nuevo y repentino, y su muerte inesperada para ella, aunque sin duda deseada. Su bondad fue constante y uniforme, su generosidad inmensa, sus caridades extensas; en resumen, yo, que no soy monárquico, podría ser pródigo en sus alabanzas».[8]