Arquitectura barroca en España, arquitectura barroca española o arquitectura del Barroco español son denominaciones historiográficas habitualmente utilizadas[1] para la arquitectura del Barroco que se produjo en el territorio actual de España durante el siglo XVII y los dos primeros tercios del siglo XVIII, periodo histórico correspondiente a distintas conformaciones territoriales de la Monarquía Hispánica de los últimos Austrias y los primeros Borbones. Para la arquitectura española en la América española de la época se suele utilizar el término Barroco colonial (véase arte colonial hispanoamericano).
En Castilla y la Corte sobresalió una familia especializada en el diseño de retablos, los Churriguera, de la que José Benito es su más destacado exponente. Entre 1680 y 1720, los Churriguera popularizaron la combinación de Guarini conocida como "orden supremo", que aunaba columnas salomónicas y orden compuesto. Una obra emblemática es el monumental retablo mayor del convento de San Esteban de Salamanca. En Salamanca, Alberto Churriguera proyectó la Plaza Mayor, que fue acabada por Andrés García de Quiñones. Los Churriguera, con su estilo abigarrado y monumental, suponen un contrapunto a la sobriedad del clasicismo herreriano y abrieron definitivamente las puertas al barroco decorativo, hasta el punto de que genéricamente pasaron a designar una fase del estilo, el churrigueresco, término acuñado por los académicos en el siglo XVIII con claras connotaciones peyorativas.
En la arquitectura andaluza del siglo XVII destacan las fachadas de la Catedral de Jaén, obra de Eufrasio López de Rojas que se inspira en la fachada de Carlo Maderno para San Pedro del Vaticano, y de la Catedral de Granada, diseñada en sus últimos días por Alonso Cano. Su modernidad, basada en su personal uso de las placas y elementos de claro acento geometrizante, así como el empleo de un orden abstracto, la sitúan a la vanguardia del barroco español.
En Galicia, el patrocinio e influencia del Canónigo de la catedral compostelana, José de Vega y Verdugo, impulsó la introducción de los formas del barroco pleno en las obras catedralicias[2] lo que propició que el nuevo estilo se extendiera por toda la región. Supuso el tránsito del clasicismo de arquitectos como Melchor de Velasco Agüero a un barroco caracterizado por una gran riqueza ornamental cuyos primeros y destacados representantes fueron José de la Peña de Toro y Domingo de Andrade.[3]
La arquitectura del siglo XVIII
En el siglo XVIII se dio una dualidad de estilos, aunque las cesuras no siempre están claras. Por un lado estuvo la línea del barroco tradicional, castizo o mudéjar (según el autor) cultivada por los arquitectos autóctonos y, por otro, un barroco mucho más europeo, traído por arquitectos foráneos a iniciativa de la monarquía, que implanta un gusto francés e italiano en la Corte. A la primera tendencia pertenecen arquitectos y retablistas tan destacados como Pedro de Ribera, Narciso Tomé, Fernando de Casas Novoa, Francisco Hurtado Izquierdo, Jerónimo de Balbás, Leonardo de Figueroa, Konrad Rudolf.
A partir de 1730, el impacto del rococó francés se percibe en el barroco español. Retablistas y arquitectos incorporan la rocalla como motivo decorativo, aunque la emplean en estructuras de marcado carácter barroco. Por eso, salvo en contados ejemplos, resulta arriesgado hablar de la existencia de un auténtico rococó en España, pese a que a menudo se han asociado los derroches decorativos dieciochescos a dicho estilo.
El ascenso al trono de Carlos III en 1759 traería consigo la liquidación del barroco. En la Corte, el rey llevó a cabo una serie de reformas urbanísticas destinadas a higienizar y ennoblecer el insalubre Madrid de los Austrias. Muchas de estas obras fueron acometidas por su arquitecto predilecto, el italiano Francesco Sabatini, en un lenguaje clasicista bastante depurado y sobrio. Este clasicismo académico, cultivado por él y otros arquitectos académicos, está preparando las bases del incipiente neoclasicismo español. Los ilustrados abominaron de las formas barrocas precedentes, por apelar a los sentidos y ser afectas al pueblo; en su lugar, propugnaban la recuperación del clasicismo, por identificarlo con el estilo de la razón. Las presiones que, desde la Real Academia de San Fernando, su secretario, Antonio Ponz, trasladó al rey, desembocaron en una serie de Reales Decretos a partir de 1777, que prohibieron la realización de retablos en madera y supeditaron todos los diseños arquitectónicos de iglesias y retablos al dictamen de la Academia. En la práctica, estas medidas suponían el acta de defunción del barroco y la liquidación de sus variantes regionales, para imponer un clasicismo académico desde la capital del reino.
↑De Antonio Saez, Trinidad (1999). «Arquitectura». El siglo XVII español. Historia 16. p. 44. ISBN978-84-7679-420-3.
Bibliografía
BUSTAMANTE GARCÍA, Agustín. El siglo XVII. Clasicismo y barroco [col. Introducción al arte español, vol. VI]. Madrid: Sílex, 1993.
CAMÓN AZNAR, José y MORALES Y MARÍN, José Luis y VALDIVIESO GONZÁLEZ, Enrique. Arte español del siglo XVIII [col. Summa Artis, t. XXVII]. Madrid: Espasa-Calpe, 2003.
HERNÁNDEZ DÍAZ, José y MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José y PITA ANDRADE, José Manuel. Escultura y arquitectura españolas del siglo XVII [col. Summa Artis, t. 26]. Madrid: Espasa-Calpe, 1999.
MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José. «Problemática del retablo bajo Carlos III». Fragmentos: Revista de Arte, 12-13-14 (1988).
MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José. El retablo barroco en España. Madrid: Alpuerto, 1993.
KUBLER, George. Arquitectura de los siglos XVII y XVIII [col. Ars Hispaniae, t. XVI]. Madrid: Plus ultra, 1957.
RODRÍGUEZ G. DE CEBALLOS, Alfonso. El siglo XVIII. Entre tradición y academia [col. Introducción al arte español, vol. VII]. Madrid: Sílex, 1992.
RODRÍGUEZ G. DE CEBALLOS, Alfonso. «La reforma de la arquitectura religiosa en el reinado de Carlos III. El neoclasicismo español y las ideas jansenistas». Fragmentos: Revista de Arte, 12-13-14 (1988), pp. 115-127.
SANCHO CORBACHO, Antonio. Arquitectura Barroca Sevillana del siglo XVIII. Madrid, CSIC, 1984 (2ª Ed.)