De vuelta a su país, recibió el encargo de ilustrar una obra de Charles de Coster, para lo que se retiró a la isla holandesa de Marken, donde aprendió a valorar el silencio y la soledad, una predisposición anímica que denominó «el alma de las cosas» y que pretendió reflejar en su arte, especialmente en un tipo de escenas de interior casi vacías en las que cobra relevancia el juego de valores cromáticos (Interior de cocina, 1890, Museo Real de Bellas Artes de Amberes).[1]
Desde 1885 practicó la pintura mural, con imágenes alegóricas que recuerdan la obra de Pierre Puvis de Chavannes. Su estilo era severo e intimista, en ocasiones cercano al expresionismo, con temáticas que evocan el misterio y la poesía, como se aprecia en sus series La vida de las cosas y El alma de las cosas.[3] Solía trabajar en sepia sobre fondo de oro. Practicó también la aguada, sobre fondo de oro o plata. Fue también un excelente dibujante, principalmente con lápiz conté.[1]