La historia del cómic en España puede remontarse muy atrás en el tiempo, dependiendo de lo que se entienda por historieta. Por ello, y al igual que sucede en otros países europeos, existe una fuerte controversia sobre cuál fue el primer cómic autóctono, llegándose a citar las Cantigas de Santa María, realizadas probablemente entre 1260 y 1270 por el taller de Alfonso X «el Sabio» como tales. En cualquier caso, y en forma de una tradición ininterrumpida que llega hasta nuestros días, el cómic español parte de mediados del siglo XIX y gozó de sus años dorados en los años cuarenta y cincuenta del siglo XX, además de un boom entre finales de los 70 y mediados de los 80 del mismo.[1]
Las aleluyas (Siglos XVIII y XIX)
Habrá que esperar hasta el siglo XVIII para que se produzcan en España, las primeras aleluyas o auques (del catalán: auca) y estampas con una estructura de viñetas,[2] que algunos teóricos consideran el origen de la historieta en España,[3] aunque la mayoría consideran la historieta como un producto cultural de la modernidad industrial y política occidental que surgió en paralelo a la evolución de la prensa escrita como primer medio de comunicación de masas, por lo que buscan la primera historieta española entre las reproducidas en ella.
Primeras historietas en prensa (1857-1909)
Se identifica como la primera historieta española a la "Historia de las desgracias de un hombre afortunado" (1857)[1], del militar vasco afincado en CubaVíctor Patricio de Landaluze (Bilbao, 1827 - Guanabacoa, Cuba, 1889),[4] publicada en el n.º 6 (20-IX-1857) de La Charanga, una revista cubana, que entonces era territorio español.[5] En la España peninsular, los primeros ejemplos encontrados no son anteriores a 1864, citándose a autores como Luis Mariani Jiménez en Sevilla o Salustiano Asenjo en Valencia[6] y, ya en los setenta, a Francisco Cubas, Tomás Padró y José Luis Pellicer. Publicaban en revistas satíricas como La Flaca (1869-1876) y sobre todo El Mundo Cómico (1873).
El investigador Antonio Martín, cuya labor es fundamental para conocer este período, considera la serie El suero maravilloso de Robledano publicada en 1910 en la revista para niños "Infancia" como la primera historieta española con globos de diálogo.[8] Estaban surgiendo entonces multitud de revistas infantiles como Dominguín (1915), Charlot (1916) y sobre todo TBO (1917), la primera que gozó de gran difusión (220.000 ejemplares en 1935)[9] y que, a la postre, generó el nombre con el que se ha conocido al medio en España. Entre sus autores, destacan Ricard Opisso y Manuel Urda Marín. Otros tebeos importantes son los también barceloneses B.B. (1920), el primero dedicado a chicas,[8] Pulgarcito (1921) de la editorial El Gato Negro y "Virolet" (1922), en lengua catalana; los madrileños "Chiquilín (1924) y "Pinocho" (1925) y el valenciano Los Chicos, en el que destacó Juan Pérez del Muro.
K-Hito y Miguel Mihura desarrollaron historietas con un nuevo humor, más absurdo y moderno, en revistas para adultos como Gutiérrez (1927) e infantiles como Macaco (1928) y Macaquete (1930).
Finalmente, durante la guerra civil española, se lanzaron publicaciones propagandísticas en ambos bandos, como Pelayos (1936), Flecha (1937), Pionero Rojo (1937) o Pionerín (1937), aunque en 1938 dejan de editarse las principales revistas barcelonesas.[11]
El conflicto bélico supuso que muchas familias abandonaran el país, lo cual afectaría también a la historia del cómic, al partir un infante Sergio Aragonés de su Castellón natal y terminar convirtiéndose en una de las mayores figuras del mercado estadounidense siendo ya adulto; y hacer lo propio Quino de su natal Fuengirola,[12] quien se convertiría pasados los años en uno de los máximos exponentes de la historieta en Argentina. Esta “fuga de cerebros” se extendió durante toda la posguerra, pudiendo citarse ejemplos posteriores, como el de José Luis García López.
La España del tebeo (1938-1967)
Durante la posguerra, la historieta española se convierte en el medio más popular del país,[13] hasta tal punto que Luis Gasca llegó a escribir que "el tebeo en España alcanza sus años dorados, del 40 al 50, que ya nunca volverá a conocer."[14] Era entonces una lectura barata, que incluso llegaba a alquilarse por diez céntimos en los barrios, y serían los miembros de las clases populares los que se dedicarían profesionalmente a ella en los siguientes años.[15]
Sin embargo, la historieta tuvo que sortear una serie de dificultades:
Desde 1941, solo aquellas editoriales autorizadas por la Vícesecretaría de Educación Popular de FET y de las JONS, adscrita como Subsecretaría en 1945 al Ministerio de Educación Nacional, podían acceder a las cuotas de papel necesarias, dadas las carencias económicas del país.[16]
Tras la regulación de los permisos para publicaciones periódicas en 1951,[17] el Gobierno esperaba que la historieta —convertida ya en un medio de comunicación de masas—[18] actuara como difusora de su ideología, de tal forma que los españoles de la época nunca vieron a Popeye, Flash Gordon o Superman luchar contra las Potencias del Eje.[11]
Con el Decreto de 24 de junio de 1955 sobre ordenación de la prensa infantil y juvenil se limitó al 25% la presencia de material extranjero en los tebeos, pero empezó también a aumentarse sobremanera la censura,[19] la cual afectó en primer lugar a las series cómicas que hacían mofa de la institución familiar como Doña Tula, suegra de Escobar.[20]
Finalmente, los autores son meros empleados con contratos a menudo leoninos que les obligan a producir a destajo[22] y a los que se niega la propiedad de sus personajes.[23]
En general, el desarrollo del medio en esta época tiene cuatro vertientes bien diferenciadas:
Todavía en los 60 puede citarse Olimán (1961) de José Pérez Fajardo, El teniente negro (1962) de Silver Kane/José Grau o Capitán Martín (1963) de Mallorquí/Zata, pero hacia 1966 se derrumba definitivamente este mercado, debido al aumento de la censura, los cambios sociales y la difusión de nuevas formas de ocio, como la televisión.[28]
El tebeo humorístico
Las series humorísticas, por el contrario, son autoconclusivas y siempre en formato vertical.[22] Al principio, destacan Pepe Carter y Coco (1942) de Ángel Puigmiquel o Sherlock López y Watso de Leche (1943) de Gabi. Poco a poco, van reapareciendo otros semanarios, organizados en torno a tres escuelas:[29]
El sempiterno TBO (1941) de la Editorial Buigas, Estivill y Viña, que, aunque tradicionalmente había optado por evitar los personajes fijos, popularizó en esta época La familia Ulises de Benejam. Josep Coll fue el otro gran autor de esta publicación.
Con el tiempo, se crearon agencias para proporcionar encargos sindicados a los dibujantes españoles y distribuirlos en el extranjero. Las más importantes fueron:
Todos estos dibujantes españoles gozaron de una mejora sustancial de su condiciones laborales, con unos ingresos muy superiores a los del mercado autóctono (de 25 pesetas por viñeta en Francia a 125 en Gran Bretaña). Al principio, estos trabajos eran realizados por los dibujantes sobre unos guiones de hierro, y sin derecho a acreditación de la autoría ni a la devolución de los originales, situación que cambió a partir de los años 70 con la reivindicación del cómic de autor.
El boom del cómic adulto (1967-1986)
Ascenso (1967-1976)
A mediados de los años sesenta, la denominada novela gráfica, de formato vertical y mayor extensión que el cuadernillo de aventuras, domina el mercado español,[35] con títulos tan duraderos como Novelas Gráficas de Hazañas Bélicas (1961) y Brigada Secreta (1962) de Toray o Celia de Bruguera. El 19 de enero de 1967 se promulgó el Estatuto de Publicaciones Infantiles y Juveniles, por el que los tebeos empezaron a clasificarse según la edad de sus destinatarios (jóvenes, adultos, todos los públicos).
Se fue generando, mientras tanto, una corriente reivindicativa, un replanteamiento cultural que, en palabras de Javier Coma, fue previo al artístico[39] y que se manifiesta con la aparición de:
Libros: Tebeo y cultura de masas (1966); Apuntes para una historia de los tebeos: 1833-1963 (1967-68), Los comics. Arte para el consumo y formas pop y El apasionante mundo del tebeo, ambos de 1968; Dibujando historietas, Los Héroes de Papel y Los Comics en España, todos de 1969.[36]
En los propios tebeos, secciones de cartas de los lectores y divulgativas: El Mundo de la Historieta (El DDT, 1968), El Museo de la Historieta (Gran Pulgarcito, 1969), Magos de la Historieta (Gaceta Junior, 1969), Tebeoteca y Héroes Menores (Trinca, 1973).[42]
Las grandes editoriales, además, empezaron a contratar a dibujantes que habían optado por trabajar para el mercado exterior y a lanzar números retrospectivos y colecciones compilantes, como la colección Olé! (1971). Entre esos autores españoles que trabajaban para otros mercados en esta época, resultan especialmente dignos de mención el aragonés Carlos Ezquerra, cocreador de Judge Dredd o Julio Ribera, ganador de la primera edición del Fauve d’Or del Festival de Angoulême. Otras editoriales más pequeñas, como Buru Lan o Grafimart también se dedican a recuperar la historia del medio, incluso con revistas como El Globo (1973) o Chito (1974).[42]
Las revistas de contenido satírico, ilustradas por autores como Ivà, Ja, José Luis Martín u OPS, se arriesgaron a represalias como el atentado que el 20 de septiembre de 1977 sufrió la redacción de El Papus. Otras cultivaban la ciencia ficción y la fantasía, en muchas ocasiones con un erotismo exacerbado, y se dedicaron primeramente a dar a conocer el cómic adulto editado en el extranjero, incluyendo el de autores españoles, como 5 x infinito (1967), Mara (1971), Las crónicas del Sin Nombre (1973) o Hom (1975), que todavía no había sido editado en el país. Finalmente, también proliferaron los tebeos estrictamente eróticos, generalmente de pésima calidad,[43] aunque pueda citarse alguna excepción como "Muerde" (1976).[44]
Ya en los 80 se distinguía una "línea chunga" representada por El Víbora y Makoki, y la "línea clara" de Cairo,[45] lo que dio pie a agrias polémicas reflejadas en manifiestos como "Ante un conato de degradación del significado cultural del cómic" (1983) y "Manifiesto contra la exposición Tintín y Hergé" (1984), dirigida contra la exposición "Tintín en Barcelona" que iba a tener lugar en la Fundación Joan Miró.[46]
Fue también importante la creación del Salón del Cómic de Barcelona (1980) y la edición en 1982 de una Historia de los Comics en fascículos para quioscos, que contó con la colaboración de numerosos teóricos del medio españoles y extranjeros.
Declive (1983-1986)
Bruguera fue la primera de las grandes editoriales en entrar en crisis, hasta el punto de que algunos de sus autores se sumaron la revista Jauja, ya en 1982. Ello no le impidió superar, sin embargo, a revistas cómicas como Spirou Ardilla (1979) y Fuera Borda (1984), adquirir el TBO en 1983 y dar luz verde a Esther (1981), Superlópez (1985) y Más madera! (1986). A la larga, el lector juvenil pareció preferir a los superhéroes norteamericanos, que desde 1982 editaron, en dura competencia, Zinco y Forum.[1]
La saturación del mercado fue ya evidente en 1983, con la breve vida de las revistas de Ediciones Metropol (Metropol, Mocambo y K.O. Comics), pronto agravada por una recesión económica internacional que encareció el precio del papel[50] y el auge de nuevos medios de entretenimiento, como los videojuegos.[51] También se achaca esta crisis a la "falta de planificación, inexistencia de profesionalidad en los editores, y excesivo triunfalismo de todos (incluidos los críticos mercenarios y los otros)".[52] Tampoco hay que olvidar
la cicatriz del control censor y político en los años de la dictadura (que ha condicionado, lo admitamos o no, la mentalidad de otros editores); el desprecio general de los medios de información de entonces y de ahora; (...) la explotación empresarial sobre los derechos autorales; la falta de conciencia de muchos de sus compañeros (actuales y precedentes) sobre la responsabilidad que todo artista tiene como portavoz (aunque su voz sea lúdica); la crisis general del sector que ha optado (con cobardía) por el camino de la importación clamorosamente inútil, pero rentable; y, finalmente, el desierto estético en todos los órdenes de la convivencia cultural.[45]
Lo cierto es que en estos años de aparente bonanza, editores y autores habían perdido "una oportunidad dorada de interesar de verdad al público lector en general"[1] y así, a pesar de la proliferación del tebeo subvencionado a partir de 1984 con Madriz donde destacaron Federico del Barrio o Ana Juan,[52] la mayoría de las revistas de cómic adulto fueron cerrando, Cairo y Creepy en 1985, El Papus en 1987 o Dossier Negro en 1988, además de la Editorial Bruguera (1986). Para entonces, ya se había publicado el primer manga, Candy Candy (1985).
La travesía del desierto (1987-1997)
Tras la desaparición de Bruguera, varias editoriales pugnaron por hacerse con su mercado: Compañía General de Ediciones con "Bichos" y "Garibolo" y Editorial Grijalbo con "Guai!" y "Yo y Yo". Ninguna de ellas ni tampoco los "Mortadelos" y el "TBO" de Ediciones B pudieron mantener su nicho, desapareciendo también "Don Miki" en 1989. El mismo destino aciago sufrieron los últimos tebeos para chicas ("Pecosa", 1986). En el proceso se dieron a conocer autores como Casanyes, Cera, Maikel, Marco, Miguel, Paco Nájera o Ramis y personajes de éxito como Goomer, Mot y Pafman.
La editorial Camaleón planteó, por ejemplo, una propuesta de edición independiente que, sin apenas generar beneficio económico, dio salida a un buen elenco de nuevos historietistas, a través de tebeos como Mondo Lirondo y Tess Tinieblas. Pese a que la editorial acabó cerrando en 1998, otras editoriales, pequeñas y no tanto (como Planeta DeAgostini con su línea Laberinto) siguieron su ejemplo apostando por nuevos talentos. Con tales publicaciones, se volvió "algo más fácil publicar, pero sigue siendo igual de difícil cobrar por ello".[54] Muchas de estas historietas fueron de carácter paródico y referencial, como Fanhunter de Cels Piñol o Dragon Fall de Nacho Fernández/Álvaro López y realizadas al estilo estadounidense o japonés (Gorka de Sergi San Julián, Iberia Inc de Rafael Marín/Rafa Fonteriz, El Resentido de Juaco Vizuete, Sueños de Rafael Sousa/Javier Sánchez, etc.).
Por su parte, las nuevas revistas infantiles, como ¡Dibucómics! (2001) o Mister K (2004) no prosperaron, cerrando además el suplemento Pequeño País en 2009. Sobrevive solo ¡Dibus! y aquellas que cuentan con subvención para su edición en catalán como Cavall Fort, Camacuc, Esquitx y Tretzevents, de tal forma que la recuperación del sector juvenil, «desatendido en su momento», se convirtió en un problema.[57]
↑Véase el artículo dedicado a él por Richard Neumann, con numerosos datos biográficos y bibliográficos desde su vida y obra en Cuba: "Víctor Patricio de Landaluze. Su obra y su época", revista Arquitectura (La Habana), año XVIII, nº 206, septiembre de 1950, págs.422-427, digitalizado en Galería Cubarte. HemerotecaArchivado el 17 de mayo de 2013 en Wayback Machine..
↑Sobre ello véase el importante artículo de M. Barrero citado a continuación, con ilustración de la misma y amplia bibliografía.
↑Martín, Antonio en una Una obra maestra de la Cultura Catalana, prólogo a "Cuentos vivos", Colección Patrimonio de la Historieta, Ediciones Glénat, 12/2007, p.5
↑ abMartín, Antonio en Historia del comic español, 1875-1939, Editorial
Gustavo Gili, Barcelona, 1978.
↑ abcCuadrado, Jesús en "Década tras década, hasta el desplome final", presentación en el catálogo Certamen de Cómic Injuve de 1998, Madrid, 10/1998.
↑Situación resuelta posteriormente por diversas sentencias de los Juzgados de Primera Instancia de Valencia, por las que se reconocía la autoría de Pumby y El Guerrero del Antifaz a José Sanchis Grau y Manuel Gago, respectivamente.
↑ abCuadrado, Jesús en Traficantes de viñetas, prólogo a la monografía-catálogo Una historieta democrática, Dirección General de Bellas Artes y Archivos (Ministerio de Cultura), Madrid, 04/1991.
↑ abCuadrado, Jesús en "Más tebeos, menos misiles", de la serie "Historieta", publicado en "La Gaceta del Libro", núm. 12-13, Madrid, 1 de diciembre de 1984.
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