Gabriella Besanzoni (Roma, 20 de septiembre de 1890- ibidem, 8 de julio de 1962) fue una contralto italiana.
Biografía
Nació en Roma el 20 de septiembre de 1890[1] y estudió en la Academia de Santa Cecilia con Alessandro Maggi e Hilda Brizza. Primeramente como soprano para cambiar luego a su tesitura de contralto.
Entre 1918 y 1935 fue la mezzosoprano favorita del Teatro Colón en Buenos Aires donde cantó Dalila, Carmen, Amneris, Lola, La Cieca, Preziosilla, Marina, Leonora en La favorita, Mignon, Adalgisa, Isabella, Francesca da Rimini y Jacquerie.
En 1925 se casó con el millonario brasileño Henrique Lage y se mudó a Río de Janeiro en donde vivieron en una magnífica mansión justo bajo el famoso Corcovado.
Su presencia en Río de Janeiro fue muy aprovechada por los teatros vecinos, en el Teatro Colón de Buenos Aires tuvo una verdadera multitud de admiradores que la recordaron aún después de décadas de su retiro, apareció también con gran éxito en teatros de Venezuela, Perú, Uruguay, México y Cuba.
La voz de la Besanzoni se distinguía de entre sus colegas por el volumen, flexibilidad y extensión además del carácter aterciopelado que se podía apreciar sobre todo en el centro y el grave. Fue una voz cuyo grave surgía fácilmente y no se notaba el escalón clásico que por lo general se percibe al pasar de la voz de cabeza a la de pecho.
Así también la flexibilidad de su instrumento era notable, pudiendo afrontar con total éxito el repertorio de coloratura con inclusión del trino que luce de manera espectacular en su grabación de "Stride la Vampa".
Es la última voz de mezzosoprano contralto que haya tenido Italia. Las sucesivas, en comparación, parecían jilgueros, mirlos o canarios encerrados en una jaula de metal más o menos preciosa...
Fue una de las divas más célebres de la segunda década del siglo XX. Para el público de su tiempo la Besanzoni era sinónimo de Carmen, ya que poseía todas las cualidades indispensables para un perfecto desempeño del papel; el físico, la voz y ese magnetismo especial que la hacía llegar a la audiencia.
Le gustaba presentarse en el último acto de la ópera de Bizet con joyas de gran valor, seguramente inadecuadas para el carácter de la gitana, pero que ciertamente contribuía a dar una imagen reluciente, que, sumada a la espectacularidad del canto, producían un efecto sin igual.