Ciudad ideal es una idea acuñada en la Antigüedad con el propósito de concretar las características que debía reunir la ciudad para el desarrollo del hombre teniendo en cuenta su bienestar físico y sus necesidades sociales.
Las críticas al concepto de ciudad ideal son contemporáneas a sus propias formulaciones, y aparecen a lo largo de la historia de la literatura: en la Grecia clásica, Aristófanes (Los pájaros, donde plantea la utópica ciudad de Néphéloccocygia, diseñada por un geómetra enloquecido); en el siglo XVIII, Jonathan Swift (Los viajes de Gulliver); en el siglo XIX, Charles Dickens (Martin Chuzzlewit) y Jules Verne (Los quinientos millones de la Bégum); en el siglo XX son muy numerosas las distopías.
Antigüedad y civilizaciones no occidentales
Las civilizaciones de la Antigüedad mantuvieron la idea divina de la ciudad. La ciudad ideal era la que los dioses construían para que en ella vivieran los hombres. Las razones para asentarse en un lugar o en otro, para levantar sus muros hacia uno u otro lado, procedían de los consejos de los sabios; las ideas de sanidad, defensa o respeto hacia las divinidades marcaban este origen del lugar en el que se desarrollarían los pueblos. Las razones religiosas y los consejos sagrados se fueron desplazando hacia una lógica social y económica y, sobre todo, militar. Empiezan a pesar más los intereses de los hombres que los de los dioses. La ciudad se convierte entonces en el símbolo de la creación humana, representa una cultura, una comunidad de personas. La ciudad está definida por los ciudadanos. Aristóteles, en Política, definía la ciudad como «un perfecto y absoluto conjunto o comunión de muchos pueblos o calles en una unidad».
La decadencia de la ciudad clásica grecorromana llevó a la ruralización, especialmente en Occidente; y a la sustitución del urbanismo clásico por el de la ciudad islámica o el de la ciudad europea medieval. Aunque, en ambos casos, el urbanismo medieval pasa por ser la máxima expresión de la espontaneidad del plano irregular, de crecimiento orgánico, hay muchos testimonios de concepciones teóricas de cómo debería ser una ciudad ideal.
La llamada utopía de Saint Gall (ca. 819-826)[1] es una planta idealizada de las dependencias de un monasterio, que responde no al real monasterio de Saint Gall, sino al concepto de todo lo que sería necesario para una vida monástica perfecta; aunque usando los lógicos precedentes de algunas de las soluciones arquitectónicas y urbanísticas ensayadas por la arquitectura prerrománica, especialmente en los palacios carolingios (como el palacio de Aquisgrán y otros, a su vez inspirados en el de Teodorico el Grande, dentro del complejo palaciego y eclesial tardorromano, ostrogodo y bizantino de Rávena). El mayor ejemplo de monasterio benedictino fue Cluny.
En el siglo X, mientras Abderramán III emprendía la construcción de Medina Azahara (ciudad palatina levantada junto a la Córdobacalifal), en Persia Al-Farabi definió la ciudad ideal como una sociedad ordenada en la que todos sus habitantes se ayudan para obtener la felicidad, comparándola a un cuerpo perfecto y sano. Tal ciudad tiene una función primordialmente educativa, y es mantenida, regida, y concebida, creándose una armonía y una unidad tan natural como la del cuerpo vivo.
La concepción de una "ciudad ideal" (città ideale) fue uno de los tópicos del Renacimiento, especialmente en su arquitectura, desde la Italia del Quattrocento; aunque ni en esa época ni en el Cinquecento se realizaron programas urbanísticos ambiciosos de diseño planificado, a excepción del relativamente modesto conjunto de Pienza (Bernardo Rossellino, para el papa Pío II, 1458-1464), o de la romana piazza del Campidoglio (Miguel Ángel, para el papa Paulo III, 1536). Sí hubo oportunidad de hacerlo en la colonización española de América (caracterizada por un urbanismo planificado en torno a la plaza de armas, heredera de la plaza mayor o plaza de arrabal del urbanismo castellano); mientras que las grandes perspectivas no se realizaron en la práctica hasta el urbanismo barroco.[2] En los siglos XV y XVI los grandes espacios abiertos (flanqueados por edificios alineados que se alejan hacia la línea del horizonte, cerrada por un hito urbano destacado, de formas clásicas, preferiblemente un edificio de planta centralizada rematado por una cúpula o cubierta equivalente) se restringieron a la imaginación y los diseños gráficos de los artistas, estimulados por el descubrimiento de las leyes de la perspectiva cónica o regula albertiana, que definió Leon Battista Alberti tras el famoso experimiento de Brunelleschi ante el baptisterio de Florencia (1416).[3] Para Leonardo da Vincila anchura de la calle será proporcional a la altura de las casas.[4] Filarete, en su Trattato di Architettura (1464) diseñó Sforzinda, una utópica ciudad en honor a Francisco Sforza, que no llegó a construirse. Su muralla estrellada prefigura la traza italiana de las fortificaciones que se construyeron por toda Europa, culminando en los diseños de Vauban para Luis XIV. El Renacimiento español recibió la influencia de las especulaciones italianas sobre la ciudad ideal y las plasmó, con criterios propios, en las reformas cisnerianas de Alcalá de Henares, un modelo de Civitate Dei universitaria,[5] y en las transformaciones de la ciudades de Úbeda y Baeza, experiencias que se trasladaron a la América española y a otros lugares del mundo.[6] Como repercusión lejana en el tiempo de las especulaciones de los pintores del Quattrocento, se ha señalado la pintura metafísica de Giorgio de Chirico.[7]
A mediados del siglo XVIII, simultáneamente al inicio de la Revolución industrial inglesa y de los movimientos sociales e ideológicos que llevaron a las revoluciones liberales, coincidieron varios hechos circunstanciales que contribuyeron a un cambio en la manera de concebir la idea de ciudad. En el reino de Nápoles se descubrieron las ruinas de Pompeya (1748), desatando una verdadera moda neoclásica. En 1751 comienza a publicarse L'Encyclopedie, que defendía el predominio de la razón, los valores cívicos y la crítica a las instituciones tradicionales. Tras el terremoto de Lisboa de 1755 (un acontecimiento que, por otro lado, tuvo gran repercusión en el pensamiento de la Ilustración -Cándido o el optimismo, de Voltaire-) se pudo trazar libremente la actual Baixa Pombalina y la Praça do Comércio. Los arquitectos y urbanistas posteriores tendrán incluso más libertad, al menos en sus proyectos visionarios.[9]
Panorámica de 360º de la Königsplatz (Múnich). Es un amplio espacio rodeado por edificios de arquitectura neoclásica (entre los que está el de la Gliptoteca, primero por la derecha). Trazada a partir de un concurso de 1807, su impresionante entorno fue utilizado como escenario de acontecimientos políticos por los reyes de Baviera y posteriormente por el nazismo. Los desfiles atravesaban el eje longitudinal pasando por debajo de los Propíleos (edificio del centro). Toda el área circundante se denomina Kunstareal ("Barrio del Arte").
↑Peter Ochsenbein / Karl Schmuki (Hrsg.): Studien zum St. Galler Klosterplan II. St. Gallen 2002. Fuente citada en St. Galler Klosterplan
↑Aunque concepciones urbanísticas peculiares en la época del Barroco pueden verse en la España de los Austrias menores (apertura de espacios ante las fachadas conventuales o ante edificios singulares, que crean pequeñas plazuelas o grandes plazas mayores, como la de Madrid) o en el Londres posterior al gran incendio de 1666; lo que habitualmente se entiende en la bibliografía como urbanismo barroco se inicia en la transformación de la Roma de Bernini, a mediados del siglo XVII (Piazza San Pietro, Piazza Navona, Piazza di Spagna, Piazza del Popolo), y se continúa a finales del mismo siglo en la concepción borbónica francesa del Châteux de Versailles, que se extiende en el siglo XVIII por toda Europa: desde Rusia (San Petersburgo, 1703) hasta España, pasando por Austria y los principados alemanes.
José Ramón Alonso Pereira, Introduccion a la Historia de la Arquitectura, Reverte, 2005, ISBN 8429121080, pg. 167-168:Las transformaciones barrocas se extienden tanto a la piel exterior de sus edificios como a su entorno, muchas veces con resultados urbanísticos excepcionales. La construcción de la ciudad es tanto una práctica edificatoria que crea salones cerrados como una práctica urbanística que crea espacios públicos o salones abiertos. Si el viario se entiende como sistema circulatorio de la ciudad, las plazas son su corazón; y los parques sus pulmones urbanos. Pues la vegetación se hace imprescindible ... como definidor de los propios espacios arquitectónicos. El Barroco se extiende, pues, a la calle, la escalinata o el paseo; pero sobre todo al nuevo concepto de la plaza barroca ... concebida como un salón abierto de la ciudad. ... Por su parte, el entendimiento del jardín barroco como crítica a la ciudad, revela lo que ésta desea ser y conlleva demostraciones polémicas fuera de ella ... Versalles, concebida como alternativa a París. Pero la gran revolución en la arquitectura vegetal la representará el jardín inglés, irregular en su traza y composición, de voluntad perspectivista y romántica, que va a desarrollarse en los parques, plazas y squares de Londres y de otras ciudades británicas (véase Bath).
Michel Maffesoli, En el crisol de las apariencias, Siglo XXI, 2007, ISBN 9682326834, pg. 149: El urbanismo barroco apela a la sensación (atmósfera), procede por seducción (apariencia), manipula los efectos (sucesos). Como las plazas, que son lugares reservados: “La plaza de la ciudad barroca es un espacio secreto” (G. Bazin). -cita a Germain Bazin, véase arthistorians.infoArchivado el 14 de julio de 2018 en Wayback Machine.-
↑Universidad y recinto histórico de Alcalá de Henares, declaración como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO: "Fundada por el cardenal Jiménez de Cisneros a principios del siglo XVI, Alcalá de Henares fue la primera ciudad universitaria planificada del mundo. Fue el ejemplo de la Civitas Dei (Ciudad de Dios), comunidad urbana ideal que los misioneros españoles trasplantaron a América, y sirvió de modelo a toda una serie de universidades en Europa y otras partes del mundo.".
↑Conjuntos monumentales renacentistas de Úbeda y Baeza, declaración como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO: "La configuración urbana de las dos pequeñas ciudades de Úbeda y Baeza, situadas en el sur de España, data de los periodos de la dominación árabe (siglo IX) y de la Reconquista (siglo XIII). En el siglo XVI, ambas ciudades experimentaron cambios importantes, al efectuarse obras de renovación inspiradas en el estilo del Renacimiento. Estas transformaciones urbanísticas se debieron a la introducción en España de las ideas humanistas procedentes de Italia y ejercieron una influencia importante en la arquitectura de América Latina.". Urbanismo histórico y Arquitectura Concejil de Baeza: "En el caso de Baeza se produjo una transformación importante de la ciudad medieval, en línea con lo sostenido por Alberti. Podemos establecer que los cambios que experimenta Baeza se aproximan a los modelos de ciudad abierta preconizados por los tratadistas del primer renacimiento. El regimiento promovió la creación de un sistema axial de plazas públicas extramuros que enlazaba con otras intramuros con funciones de abasto e intercambio, administrativas y judiciales al tiempo que se adapta al nuevo lenguaje renacentista. "
↑Alessandro Marchi, Maria Rosaria Valazzi, La città ideale: l'utopia del Rinascimento a Urbino tra Piero della Francesca e Raffaello, Milano: Electa, 2012; fuente citada en Città ideale (dipinto)
Las críticas que tanto en Francia como en la propia Academia de San Fernando realizan los jóvenes a los mayores implican un reproche evidente con respecto a los que no han sabido desarrollar la visión de la antigüedad.
En el momento en que este segundo historicismo empieza a surgir, la idea de la nueva Roma aparece dentro de los esquemas arquitectónicos como la gran referencia. En cierta medida se abandonan los levantamientos (por lo menos con el sentido que éstos tenían antes) y se trazan ahora las líneas maestras de la ciudad añorada. Nada tiene que ver, sin embargo, este concepto de ciudad con el trazado de la Lisboa de Pombal, porque ésta se aproxima más al modelo barroco que a la imagen de Silvestre Pérez para el Puerto de la Paz. Y mientras que lo primero no es sino una visión clasicista de un mundo todavía claramente barroco, la nueva Roma o el mito de la ciudad ideal supone una actitud política de indudable importancia en los momentos de la Revolución Francesa. Porque si ésta tiene en España una tímida presencia en el campo político, por el contrario entre los arquitectos y artistas el nuevo mito significa uno de los más importantes supuestos del cambio.
Se ha producido, pues, un hecho importante: indiferentes quizá a los motivos subyacentes al hecho mismo de la Revolución, sin embargo, el ideal de la comunidad, del espacio colectivo, de edificios en los que —cómo señalará años más tarde Nietzsche— «... es más importante saber el nombre de las cosas que lo que éstas son», se concibe desde la disposición arbitraria de la planta, independiente de la función porque su auténtica función es ser parte de la ciudad.
↑France, BNF, Cartes et plans, Ge FF 15 785. Fuente citada en Jean Jacques Moll