Antonio Valeriano (Azcapotzalco, Valle de Anáhuac 1520 - Ciudad de México 1605), Indígena noble y letrado náhuatl, -otras versiones dicen que era de origen tepaneca-, docente, rector y gobernante de México-Tenochtitlan, sobrino del emperador Moctezuma, autor del Nican mopohua y otros documentos. [1]Su padre, fue Diego de Alvarado Matlacohuatzin, quien tenía origen noble vinculado con los gobernantes de la casa real de Tenochtitlan[2] y contemporáneo de Juan Diego, aunque Antonio también lo trató, pues en 1531 tenía 11 años y 28 a su muerte, en 1548.
Primeros Años
Miembro de la primera generación, entró a los 13 años y estudió en el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco fundado por Juan de Zumárraga en 1533, donde posteriormente fue profesor y rector en el mismo, aunque dirigido por los franciscanos. Tuvo como compañero de estudios a Martín Jacobita, Pedro de San Buenaventura y Andrés Leonardo quienes elaboraron las obras "Códice Chimalpopoca" o "Anales de Cuauhtitlán", "Los Himnos de los dioses" y Nican Mopohua.
Fue uno de los más notables discípulos y asimismo informante de fray Bernardino de Sahagún y de Fray Andrés de Olmos. Dominaba fluidamente y con elegancia tanto en su idioma natal el náhuatl, como en español y el latín. Sahagún se refiere a él como "el principal y más sabio" de sus estudiantes.[3]Adquirió autoridad entre indios y españoles como hombre honrado y erudito. El obispo Sebastián Ramírez de Fuenleal comentó de Valeriano: “era tan hábil y capaz que hacía gran ventaja a los españoles”. Fue honrado con honores y cargos por Felipe II. Le enseñó el idioma náhuatl a Juan de Torquemada, autor de la Monarquía indiana.
Se casó con Isabel Huanitzin, princesa azteca, hija de Diego Huanitzin, descendiente del linaje real tenochca y hermana del historiador Hernando de Alvarado Tezozómoc,[4]ligada a la ddinastía de Moctezuma y a la de Texcoco. Debió tener descendencia, porque en 1620 su nieto, llamado Antonio Valeriano "el joven", fue también gobernador de Tenochtitlan.[5]
Gobernante
Valeriano fue juez-gobernador de Mexicapan -en la zona del actual Azcapotzalco- que comprendía una parcialidad indígena de México-Tenochtitlan por 32 años, de 1573 a 1605. Cuando asumió el cargo en 1573, la población indígena residente en la ciudad, era todavía mayor que la población de españoles, mestizos o negros.[6]
«Fue elegido por gobernador de México... en lo que toca a los indios, con gran aceptación de los virreyes y edificación de los españoles»
Existen testimonios del compromiso que tuvo con los intereses de su pueblo y con la defensa de los mismos. Dio asilo a su sobrino político, Francisco Verdugo Quetzalmamalitzin, su pariente directo y antecesor de Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, por quien llegó su célebre texto guadalupano al Padre jesuita e historiador, Carlos Sigüenza y Góngora (1643-1700), que es quien nos lo trasmite. Se sabe que vestía a la española, para lo cual recibió una licencia especial del virrey.
En la nueva edición del códice Aubin, el cual es una pictografía indígena, incluye el glifo atl-tototl, agua y ave, relacionado con Antonio. Se menciona ya, como el virrey Gastón de Peralta, en 1568, antes de partir a España, pasa al Tepeyacac a tomar cenizas.
Murió en 1605 y fue enterrado en el convento franciscano de San Francisco en la capilla de San José de la Ciudad de México.
Relato que da testimonio de las apariciones guadalupanas.[8]Conoció a Juan Diego. El texto lo corrobora, ya manifiesta muy preciso a la hora de situar el espacio y tiempo los acontecimientos, y aparecen en el relato coordenadas de referencia y localización, además del conocimiento de la cultura cristiana y el pensamiento indígena, logrando unir a los mundos involucrados. Todos los historiadores antiguos y la mayoría de los modernos afirman que Valeriano es el autor. León Portilla en Tonantzin Guadalupe. pensamiento náhuatl y mensaje cristiano en el "Nican Mopohua" afirma:
«Hombre con merecida reputación de sabio, sí escribió el Nican Mopohua, bien sea a solicitud de Alonso de Montúfar o porque el asunto le atrajo, o si se quiere por ambas razones, realizó con gran acierto su cometido. Por una parte, puso allí de relieve lo que consideró el meollo de esa historia: el mensaje de la señora celeste que había pedido se le edificara su casa al pie del Tepeyac para atender las súplicas de cuantos acudieran allí a invocarla; por otra, presentó el relato incorporando en él cuanto le pareció adecuado de la antigua visión indígena del mundo.» .En todo caso y aunque su autoría no fuera exclusiva, prácticamente no existe duda de que es al menos uno de los coautores. De «elevada cultura y distinguido desempeño social... reconocido intelectual mexicano, que ocupó un lugar preponderante en ese nuevo mundo que empezaba a mezclar con lentitud las culturas hispana y azteca»