Además del mencionado tesoro arqueológico de la Edad Antigua y de la influencia de la alfarería musulmana, la «loza común vidriada» salmantina es citada por Pascual Madoz en el Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar, dentro de sus censos industriales sobre Alba de Tormes y Tamames.[6][a][7] Ya mediado el xx, destaca el estudio de los alfares salmantinos publicado por Luis Cortés Vázquez, que orientaría los subsiguientes trabajos de ámbito nacional, en especial los trabajos de campo realizados entre 1960 y 1978 por etnólogos alemanes y Natacha Seseña. En las postrimerías del siglo xx el crecimiento del mercado turístico facilitó la recuperación de la actividad alfarera y el diseño cerámico de cacharrería para uso decorativo.[8]
Principales focos
Alba de Tormes
Aunque de la docena de alfares activos en 1953, solo quedaban seis en la década de 1970, y dos al inicio del siglo xxi,[b] Alba sigue considerándose el más importante centro cerámico salmantino, por la variedad de sus piezas y la fantasía de sus diseños y decoración. Perdida la funcionalidad de cántaros, cantarillas, barreños para la matanza, asadores de castañas y barriles, siguen produciéndose para el turismo pucheros, cazuelas, macetas, platos, ollas, botijos de adorno y el singular botijo de filigrana. Todas las piezas llevan un baño inicial de «engalba de greda», que les da el brillo rojizo, y un ‘juaguete’ para la decoración amarillo-anaranjada. La tarea de pintar los motivos (grecas, floreos, geometrías, etc.) ha sido ocupación tradicional de las mujeres. Tanto el proceso como el resultado son similares a la cacharrería vidriada de Salvatierra.
Similares piezas se han conservado en Cespedosa de Tormes, cuyos alfares antes se dedicaban en exclusiva la producción de alfarería de agua, y en Tamames de la Sierra, especializados en alfarería de fuego.
[9] En Cantalapiedra, de los cinco alfares tinajeros catalogados en 1976, solo queda un taller de producción turística. Anota Abraham Rubio Celada, que las tinajas de Cantalapiedra (las mayores con capacidad para doce cántaros, fabricadas de una pieza, por el sistema de urdido y con terminación lisa) fueron muy apreciadas por el ceramista Daniel Zuloaga, que «las compraba y decoraba luego como si fueran piezas antiguas».[10]
Ya en el siglo xxi se recoge todavía actividad cerámica en los talleres de Cespedosa, Alba de Tormes, y Tamames, además de en las ferias celebradas anualmente en Ciudad Rodrigo y Salamanca capital.[13]
Botijo ‘de peineta’ de Alba de Tormes, en el Museo Internacional de Arte Popular del Mundo, en Albacete.
Vossen, Rüdiger; Seseña, Natacha; Köpke, Wulf (1975). Guía de los alfares de España. Madrid, Editora Nacional. p. 223. ISBN84-276-1293-1.
Useros Cortés, Carmina; Belmonte Useros, Pilar (2005). Museo de cerámica nacional. Piezas de alfarería de toda España. Albacete, Museo de Cerámica Nacional. Chinchilla de Montearagón. ISBN84-609-5626-1.